ESCRITURA, AUTORIDAD MASCULINA E INCESTO
EN BAJO EL OSCURO SOL DE YOLANDA BEDREGAL
Leonardo García-Pabón
University of Oregon
La novela de Yolanda Bedregal (1916-1999), Bajo el oscuro sol, ganó en el año 1970 el premio nacional de novela Erich Güttentag, uno de los más prestigiosos de Bolivia por esa época. Considerada una de las obras más importantes de la segunda mitad del siglo XX, ha recibido, sin embargo, poca atención crítica. Más que la compleja trama o las disquisiciones existenciales de sus personajes, la razón del silencio crítico es, muy posiblemente, la perspectiva femenina y, a ratos, feminista, de la novela. Como en el caso de Adela Zamudio (1854-1928), la escritora más canónica boliviana, a Bedregal se la ha celebrado más como poeta que como novelista. Esto parecería indicar una dificultad crítica en Bolivia frente a narrativas que se atreven a decir en femenino. Quizás la causa de esta dificultad no esté tanto en una misoginia o un machismo solapado (que los hay), sino en una ignorancia de instrumentos de lectura de unos textos que siguen una lógica distinta a la hegemónica, masculina y patriarcal.
La escritura y la lectura de textos escritos por mujeres es, justamente, uno de los temas que Bajo el oscuro sol examina. La pregunta inicial de la novela es por el significado de leer textos escritos por una mujer cuando la que los escribió ha muerto y el que los lee es un hombre. Esto ya sugiere que la narración presenta más de un nivel de desarrollo. En efecto, a lo largo de la novela hay una narradora omnisciente, pero dentro de la trama encontramos varios personajes que ofician a su vez de narradores. Por medio de este juego de narraciones, Bedregal discute cómo se construye la identidad de la mujer en general y, en particular, la de la mujer escritora. En lo que sigue trataré de mostrar algunos rasgos de esa construcción de identidad femenina.
La trama de Bajo el oscuro sol es el intento de un siquiatra y catedrático universitario, Antonio Gabriño, de reconstruir la vida de una de sus alumnas, Verónica Loreto, quien muere de forma inesperada en medio de una revolución. Esta reconstrucción se la hace por medio de los papeles que dejó la muchacha en su habitación: cartas, diarios, textos de ficción, artículos de prensa y otros. Al final, Gabriño, obsesionado con este trabajo y sintiéndose fracasado acaba abandonando su pesquisa y la ciudad.
La novela se inicia en un día de revolución, una de las tan frecuentes en el siglo XX boliviano. La narradora omnisciente sigue los pasos de Verónica. Es en estas páginas que el lector se entera de que la protagonista tiene un pasado revolucionario de izquierda, que vive sola y que tiene crisis existenciales. Después de un día de lucha en las calles, en la que Verónica ha participado como simple observadora, la joven se sienta en su cuarto, para escribir “lo que calló estos años” (34). Este texto que, al parecer, va a tener el tono de una confesión y de una denuncia no se llega a escribir. Sentada frente al papel blanco, Verónica muere por una bala perdida que penetra por la ventana. Durante su agonía que dura un largo tiempo, ella piensa sobre sí misma y su vida. Es en estas páginas donde vemos por única vez a Verónica hablando sobre sí misma de forma directa. En el resto de la novela, son sus propios textos, las cartas de otros, los recuerdos de Gabriño y de la dueña de la pensión los que la definen. Pero, en el momento de su muerte, Verónica introduce una pregunta esencial a toda la novela, la duda de cuál es su género sexual. La joven piensa: “Soy un hombre nacido de mujer. Nací, encontré, perdí. Amé, sufrí, ¿goce?... Soy un hombre que perdió su identidad muchas veces y se halla igual después de cada extravío. No sé más de mí” (41). Un poco más adelante ella misma rectifica:
¿Por qué vengo diciendo que soy un hombre? Soy mujer. A menudo no sabía distinguir cuándo era cuál. Si me ofendían, si sangraba era mujer. En la imprenta con los demás obreros, luchando, pensando era hombre… Llaman hombre al ser humano. Soy mujer retaceada varias veces… Mi madre me llamaba Verita; él me llamó Ivanlúe. Bernard… tú me llamabas… (41-42)
En estas líneas, aparecen en una misma elocución, los parámetros por donde discurre la reflexión de Bedregal sobre la identidad de la mujer. Primero, la construcción de género como un acto cultural y social: si la ofenden es mujer, si lucha con los obreros es hombre. Segundo, el patriarcalismo que se apodera de la nominación de la humanidad como hombre. Como consecuencia de esta apropiación de lo humano, la mujer queda retaceada. Tercero, el problema del nombre, como nominación que viene de otros y no de ella misma.
Tenemos, pues, en esta única aparición de Verónica viva y nombrándose a sí misma, no una definición de quién es ella, o de qué es ser mujer, sino un planteamiento de su identidad como una problemática. Más aún, Verónica muere en el momento de escribir, lo que añade a esta pregunta por la identidad de la mujer, su relación con la escritura.
La novela, además, en este inicio, inscribe a Verónica como una desaparecida, en tanto cuerpo, y en tanto espíritu, como un espacio textual. Cuando la joven muere, al no tener parientes conocidos, su cuerpo es llevado a la morgue. La policía parece tener un interés en averiguar sobre su vida, al parecer por sus actividades políticas subversivas. Su cuarto es asaltado en busca de armas y documentos y su cuerpo, al final, no se sabe si es enterrado propiamente, pues en su ataúd se ha escrito la palabra carabinero. En esta perspectiva, Verónica es tratada como una desaparecida, una de las víctimas de las luchas por el poder y de la violación de derechos humanos. Es una persona que ha perdido el núcleo básico social, la familia. Así, desprotegida frente al estado, su espacio privado no es respetado por las fuerzas del poder. Bedregal muestra como un estado autoritario (al margen de quien esté en el poder) es un sistemático atentado contra la sociedad civil y en especial contra la mujer. Ahora bien, Bedregal hace de la dueña de la pensión y de Gabriño sustitutos de la familia que Verónica no tiene. Sobre todo, doña Hortensia, la dueña de la pensión, asume un rol de madre, tratando de proteger tanto la memoria como lo poco que ha quedado de la protagonista. Y Gabriño, como dijimos, lleva adelante un intento de reconstrucción de su vida.
Una vez que Verónica muere y que su cuerpo desaparece, lo que queda es su espíritu. Por una parte, las apariciones de su fantasma en su cuarto asustan y alarman a los habitantes de la pensión. El alma de Verónica parece no poder dejar la morada de sus últimos días. Por otra parte, los textos que deja invitan tanto a doña Hortensia como a Gabriño a reconstruir su vida. El detonador de esta indagación es un acto literario. Doña Hortensia que ha usado un cuaderno de Verónica para su uso personal, lee lo que está ahí escrito. Días después, al leer en un suplemento literario fragmentos de una novela por un tal Duarte, un ex-inquilino de la pensión, se da cuenta de que esos fragmentos y lo que Verónica había escrito en su cuaderno coinciden. Alarmada pide a Gabriño que investigue el, al parecer, flagrante caso de plagio. En la novela se sugiere que el plagio es posible, pero nunca se lo afirma abiertamente. De hecho, al final de la novela, cuando Gabriño denuncia el plagio, éste no se puede probar. Pero la posibilidad del plagio sugiere algo más importante: que los escritos de Verónica van a pasar, de una u otra manera, por la autoría masculina. Sea de forma descarada como en el supuesto plagio de Duarte, sea de forma más respetuosa como en el caso de Gabriño, la autora de esos textos va a estar supeditada a la autoridad masculina. No importa si el gesto de leer, seleccionar, publicar, ordenar, los textos de Verónica se lo hace con buena o mala fe; lo que es indiscutible es que, socialmente hablando, ese trabajo de lectura de la vida y obra de una mujer recae generalmente en manos de hombres. En este sentido es revelador que doña Hortensia le pida a Gabriño que él se ocupe de los papeles de la difunta, alegando que él siendo un doctor tiene la capacidad (autoridad) necesaria para ese trabajo.
Significativamente, el fragmento que llama la atención de Hortensia es una descripción de un dar a luz. Este texto que describe una experiencia esencialmente femenina, la maternidad, se opone frontalmente a la apropiación autorial de los hombres cuyos nombres rubrican esos escritos. Bedregal se preguntar si es posible que un hombre hable de la experiencia femenina. Su respuesta es, en principio, que no. Que esto sólo es posible por un acto de plagio o acaba en un fracaso como es el caso de Gabriño. Más adelante en la novela, en un acto de presentación de libro de Duarte, luego de que éste lee textos de su libro, una escritora cuestiona a Duartepor, justamente, este su supuesto conocimiento tan íntimo de la experiencia femenina del dar a luz. Obviamente, para Bedregal, este es un punto de discusión muy importante, pues es altamente sospechoso que un hombre pretenda poder representar la subjetividad femenina. Aunque por estar en una sociedad patriarcal, son los hombres los que, de forma casi inevitable, validan con su autoridad el texto femenino, una representación verdadera de la mujer como sujeto sólo puede venir de ellas mismas. Mientras lo hagan los hombres, esta representación es una violencia contra la mujer. Esta violencia es la que hace decir a la protagonista, en el momento de su agonía, “soy mujer retaceada varias veces,” la mujer leída y escrita por las autoridades masculinas. Pero este retaceo está ya presente en su nombre propio. Como ella misma lo dice, sus nombres fueron varios, pero son los que le pusieron otros, desde su madre hasta su amante, no cómo se nombró ella a sí misma.
La autoridad masculina que se impone sobre los textos de Verónica, está ligada no sólo a una sociedad patriarcal sino a la paternidad misma y a relaciones paternales. Recordemos que Gabriño quien hace el esfuerzo más grande y más honesto para reconstruir la identidad de Verónica es una figura paterna, pues era su profesor en la universidad. Esto ya nos indica que las relaciones padre/ hija van a ser importantes en la novela. Efectivamente, el final de la novela nos revela el secreto que atormentaba a Verónica: la relación incestuosa con su tío Bernardo, quien resulta ser en verdad su padre. En esta páginas finales, el último texto de Verónica que Gabriño tiene en sus manos y que no sabemos si lo leyó o no es la historia de su relación incestuosa con su padre.
Ahora bien, este incesto es un tanto sui-generis. No cabe en el típico incesto que comúnmente trata la psicología, como la de la hija que siendo niña es abusada por su padre. Además no es un primer incidente en su familia: el incesto de Verónica está precedido por el incesto de su madre. Y en ambos casos, el de la madre y el de la hija, los incestos se revelan como tales sólo después de haberse consumado. Sara, la madre de Verónica, se casa con Bernard. Después de consumado el matrimonio se descubre que son hermanos. Sara, ya embarazada, a pesar de esta revelación, decide tener su hija, Verónica. Años más tarde, Verónica, se aloja por una temporada en la casa de su supuesto tío, Bernard, y mantiene una relación amorosa con éste. Como consecuencia, Verónica queda embarazada de Bernard y éste la presiona para que aborte, a lo cual ella se niega. Buscando documentos que justifiquen evitar el aborto, la joven descubre que su madre había estado casada con Bernard. Al continuar investigando este hecho, descubre que Bernard no es sólo su tío sino también su padre. Al contrario que su madre, Verónica decide no tener su hijo. Este es el acontecimiento decisivo en la vida de Verónica, el incesto y el aborto.
Estas características del incesto de Verónica lo sitúan más cerca de la literatura que de la denuncia social. El incesto está tratado en Bajo el oscuro sol no como una violación que debe ser denunciada, ni un trauma que debe ser sanado, sino como un hecho que debe despertar la simpatía y el horror en el lector. En este sentido, es un incesto más bien cercano a la tragedia griega. Como Edipo, Verónica está en busca de la verdad, y como Edipo descubre el horror de su incesto después de cometido. Podríamos decir que más que un incesto propio de las sociedades modernas del siglo XX, el de Bajo el oscuro sol es un incesto literario. Muestra, al igual que el final de Aves sin nido, que el incesto hace la relación de amor imposible, y que simbólicamente esto significa que hay un problema social de difícil solución. En Aves sin nido ese problema social es el complicado ingreso del Perú y de su población indígena a la modernidad, en Bajo el oscuro sol es la relación entre la mujer y la sociedad patriarcal boliviana del siglo XX. Porque la relación con el hombre está determinada por una sociedad donde éste es la autoridad, el que tiene el poder y el que preside todo el mundo simbólico. Es decir, no se puede amar a un hombre sin caer en el sistema del patriarcado. Es como si la sociedad patriarcal hubiese vuelto toda relación mujer/ hombre una relación incestuosa. Incestuosa es la relación con el padre, incestuosa es también la relación imaginaria con Gabriño, aunque sea al nivel de la pura fantasía.
La crisis existencial de Verónica, en la que parece estar sumida en la época anterior a su muerte, tiene más que ver con este descubrimiento simbólico del incesto como condición de toda relación amorosa en una sociedad patriarcal que con un trauma por el acto mismo de la relación incestuosa con su padre. Ese sentimiento es que ella es un comodín en el sistema social patriarcal. De ahí las dudas sobre su identidad, incluso de su género sexual. Puede ser hombre o mujer según la necesidad social del momento. Como explica Claude Lévi-Strauss, la función del tabú del incesto en las sociedades primitivas es la de hacer circular y compartir entre grupos diferentes los bienes más preciados de una sociedad, bienes que no son otros que las mujeres. En esta explicación, los hombres se benefician con el tabú del incesto ganando poder para manejar a las mujeres. Esto es exactamente lo que le pasa a Verónica: la hacen circular entre los hombres, sobre todo de forma simbólica, en las apropiaciones de nombres y textos de la joven. Pero ella detiene esta circulación utilitaria cuando descubre la dimensión de poder patriarcal del incesto (y del tabú respectivo) e incluso del amor mujer/ hombre. Por lo tanto, ya no puede ser usada tan libremente. Su experiencia del incesto la motiva a dudar de su identidad, comenzando por su género sexual, como un primer paso hacia una toma de conciencia de su condición de mujer en un mundo patriarcal. Tal vez esto explique su militancia política. Y tal vez también, su siguiente paso en este cuestionamiento de la estructura patriarcal en las relaciones de amor iba a ser ese texto en el que quería decirlo todo, confesar y denunciar una tremenda situación de injusticia. ¿La del incesto como práctica social escondida, con su correlato del tabú como medio de manipulación de la mujer? No lo sabemos, la muerte de la protagonista corta su escritura.
Vale la pena preguntarse si, a pesar de su muerte y de esta confesión truncada, hay la posibilidad, para Bedregal, de que la mujer diga su verdad. La respuesta es afirmativa, pero de una forma diríamos femenina, no por medio de una verdad expresada en la lógica patriarcal y autoritaria, sino por medio de los fragmentos textuales que dejo su vida. Por una parte, estos textos sirven para poner en primer plano, por medio, del posible plagio y la defensa de la propiedad intelectual de Verónica por parte de las mujeres (Hortensia, la escritora), la permanente apropiación masculina de la subjetividad femenina. Por otra parte, son el medio de una venganza amorosa, al seducir a Gabriño para que intente reconstruir su vida.
Como el mismo Gabriño lo confiesa, durante una clase a la que asistía Verónica, sintió que él “podría amar a esta mujer” (58). Su indagación en los papeles de Verónica está, de alguna manera, motivada por esta atracción por la joven. A lo largo de la indagación, de una forma fantasiosa e imaginaria, Gabriño se va enamorando de ese fantasma de mujer. Este intento, lleno de buenas intenciones, que no busca una ganancia como se podría pensar del posible plagio de Duarte, está de cualquier manera condenado al fracaso. Los textos de la mujer, que deberían permitirle una reconstrucción de la mujer que pudo amar, y así reasegurar su propia identidad masculina con el poder de recrear la identidad femenina, se convierte en un laberinto. Pero no sólo un laberinto textual, sino uno emocional. Gabriño continuamente tiene crisis emocionales durante el tiempo de lectura de los textos de Verónica. Amor, culpa, depresión, vergüenza, entre otros sentimientos, lo abaten en su proceso. Es muy ilustrativo al respecto el hecho de que en un momento de frustración arroja al río un maletín con papeles de la mujer, pero sólo para recobrarlos más tarde. A pesar de que su lectura de los textos es incluso selectiva, definida por sus emociones e intereses —se puede permitir desechar ciertos documentos, por ejemplo (164)—, el verdadero proceso que se da entre Gabrino y los papeles de Verónica parecería ser el inverso. Es decir, es como si los textos de la mujer lo escribiesen a él. Poco a poco lo meten más y más el mundo de las emociones de la propia Verónica, al punto de identificarse con las voces de unas cartas de amor enviadas a la protagonista: “Yo diría estas palabras a Loreto a través de este amador simple y complicado que ama y odia tanto” (177). El momento culmine de este proceso es cuando Bedregal hace aparecer un personaje que se denomina “autor.” Cuando Gabriño parece abandonar la indagación de la vida de Verónica por la lectura de sus escritos, este “autor” se hace cargo de continuarla. Como bien lo dice su nombre, éste es la autoridad que ahora se hace cargo de leer el legado de la difunta. Este “autor,” que luego se revela como un desdoblamiento de Gabriño, busca asociarse con otro personaje, un supuesto Lector. Entre ambos deberían terminar de contar la vida de Verónica. Pero este Lector cuestiona al “autor” y lo obliga a revelar sus ideas sobre este proceso de recuperación de la vida de Verónica. Una de ellas es que toda escritura es una lectura y por lo tanto una manipulación de lo que se cuenta (192-93). Otra es que Gabriño quedó absolutamente involucrado en la vida de la joven, a tal punto “que se sintió coparticipe en la inconsútil trama” (208). Finalmente, que el “autor” y Gabriño son la misma persona. Este “autor” termina su participación en la narración de la novela con la descripción de Gabriño dormido, caído, sobre el escritorio que fue de Verónica, con un “fascículo que el azar había desplegado” (209), el cual es la confesión de la relación incestuosa de Verónica con su padre. Gabriño, al final de la novela, queda en la misma posición de Verónica cuando muere: ella, intentando escribir la verdad de su vida, él tratando de recobrar esa verdad. Y ambos habiendo fracasado en sus intentos: Verónica muerta por los azares de un historia de autoritarismo estatal, Gabriño destruido por su propia imposibilidad de trascender el sitio que una sociedad patriarcal le ha asignado, el de autoridad. Allí queda, para que lo leamos al pasar la página, el núcleo de esa vida de mujer: la estructura del incesto como camisa de fuerza, imposible de evitar en una sociedad patriarcal, para toda relación de verdadero amor.
Ahora bien, como lo mencionamos, la venganza amorosa de la mujer, que Bedregal ofrece en su texto, no es un desquite o una represalia, sino una seducción, una posesión fantasmagórica (por el alma de Verónica), una invitación a compartir desde adentro la experiencia de ser mujer en un mundo patriarcal y autoritario. Este compartir puede ser muy turbador para un lector masculino como Gabriño, porque obliga a ese lector a examinar a fondo su propia situación de privilegio en el mundo patriarcal boliviano. Y la experiencia de vida de Verónica tiene dos caras. Por una parte, Bedregal subraya a lo largo de la novela la tragedia que es la pérdida absurda de las vidas humanas por la violencia política nacida de un estado autoritario. Por eso, el vacío que deja Verónica con su muerte no se puede llenar con nada, ni siquiera con sus propios textos. Y por otra parte, la novela de Bedregal muestra que la memoria de esa mujer desaparecida va a intentar ser copada por el sistema de autoridad patriarcal de la sociedad boliviana, sea por la autoridad del plagio o por la de los padres simbólicos (profesores, escritores). Y que esa usurpación de la voz femenina está sostenida por una estructura esencial a toda sociedad patriarcal: el incesto latente en toda relación amorosa entre hombre y mujer. Así, la vida de la protagonista de Bajo el oscuro sol está marcada por una doble violencia: la del estado autoritario contra la vida de los ciudadanos y la del sistema social patriarcal contra la mujer.
Bajo el oscuro sol de Yolanda Bedregal es un clamor por la libertad de la mujer de poder hablar por sí misma sin el intermediario patriarcal. Es un clamor como el de los versículos de Job que vienen a la memoria de la protagonista y que cierran el legajo donde narra su relación incestuosa: “¡Oh tierra! ¡No cubras mi sangre, ni sofoques en tu seno mis clamores!” (229) Una sangre, un clamor por la voz de la mujer, que no se quiere callar.
Bibliografía
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Muñoz, Willy O. "La paradójica historia de una olvidada en Bajo el oscuro sol de Yolanda Bedregal." Symposium: A Quarterly Journal in Modern Literatures 56.3 (2002): 135-148.
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Zamudio, Adela. Intimas. Ed. Leonardo García Pabón. La Paz: Plural Editores, 1999.
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