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Yolanda Bedregal
ACERCA DE YOLANDA BEDREGAL

DEL NAUFRAGIO A LA CENIZA: ANTOLOGÍA POÉTICA DE YOLANDA BEDREGAL

Alejandra Echazú

La sensibilidad de Yolanda Bedregal hizo que desde niña habitara en ella un poeta: supo verter en lo cotidiano la gotita de poesía de la que cuenta en su libro para niños El Cántaro del Angelito.

Sugerimos leer esta antología como un diario de vida. Esta selección nos lleva de la mano para adentrarnos en la ternura de la niñez y adolescencia que vive los primeros naufragios: las lágrimas por un castigo, los juegos que quedaron atrás, el mundo habitado por seres de cuentos que se dispersan con el viento, que no es otra cosa que el tiempo.

Luego de despedir a la adolescente, que en su Canto al soldado desconocido nos convierte en testigos del sufrimiento de los compatriotas por la Guerra del Chaco, encontramos a Yolanda florecida en el amor; es la mujer que canta al hombre, al compañero, al camarada. Volcó también en palabras la emoción intensa de esperar y recibir al hijo.

Encontramos en esta ruta de viaje de la poetisa esa ansia y la búsqueda de lo espiritual; convoca a los ángeles, interpela y clama a Dios. Finalmente, así como los pintores del Renacimiento no olvidaban colocar una calavera junto a flores y frutos de las naturalezas muertas, para recordar que no somos inmortales, Yolanda reflexiona sobre el ser y la muerte; el hombre no es más que ceniza.

Yolanda fue registrando en esta ruta poética las vivencias que la esculpieron hasta llegar a ser lo que fue: una mujer que, gracias a su mirada profunda y, a través de la palabra, convirtió su vida, la vida de una mujer, en poemas que contienen fuerza varonil, ternura que conmueve y una riqueza conceptual no siempre fácil de comprender y que exige reflexión.

La madurez también se da en el plano de la escritura. A la prosa de Naufragio, sigue una poesía mas bien descriptiva; paisajes, ciudades, la patria, emociones de hija, esposa, madre, para culminar con complejos poemas de temática más filosófica y metafísica. Es como si Yolanda, luego de escudriñar el mundo externo, volcara la mirada hacia el interior de su ser. De alguna manera, incluso aquello que uno puede declarar como “objeto”, parece ser en su escritura una metáfora de vivencias, emociones, miedos, angustias o alegrías del Ser Humano. Erróneamente se dijo que Del Mar y la Ceniza describía un anhelo de la autora por el litoral perdido. No, el mar, representa para Yolanda, con sus mareas, flujos y reflujos, con la calma y la violencia, por un lado la complejidad del alma humana y, al mismo tiempo por el otro, la contraposición entre la inmensidad del océano y la pequeñez del hombre.

Como datos biográficos bastará decir que Yolanda, en su infancia y juventud, vivió arropada por el cariño de sus padres, don Juan Francisco Bedregal (escritor, poeta y primer Rector de la UMSA autónoma) y doña Carmen Iturri de Bedregal. Era una familia numerosa con seis hermanos, seis primos huérfanos acogidos por los esposos Bedregal, además de tíos y “mamas”, niñeras aymaras que tanta ternura le dieron. Yolanda se casó con Gert Conitzer, también escritor y hombre de letras, esposo comprensivo y solidario, con quien tuvo dos hijos. Al final de sus días, fueron sus nietos, quienes la abrigaron con su cariño.

Es importante mencionar que la generación de Yolanda Bedregal vivió los más importantes hechos históricos del Siglo XX; de joven vio a sus hermanos y amigos partir a la Guerra; ya mujer vio el reordenamiento de la sociedad boliviana luego de la contienda del Chaco, fue testigo de la Revolución del 52 y los grandes cambios políticos y sociales que se produjeron. Yolanda, la madre, vio cómo los amigos de sus hijos marchaban a Teoponte y cómo el espíritu guerrillero y de liberación clamaba por un Hombre Nuevo. En el seno de su familia, vio los efectos de la droga de los años 60, etapa plasmada en su libro Tinta Negra. A su generación le tocó también sufrir la dictadura, los golpes de estado militares y a ella, en particular, sufrir la “desaparición” de un sobrino en la toma de la sede de la COB. Yolanda tuvo también que hacer colas para comprar pan, huevos o harina, cuando la inflación atormentó a los bolivianos. Ya en la tercera edad, desde su céntrica casa de la calle Goitia, frente a la Universidad Mayor de San Andrés, Yolanda Bedregal de Conitzer vio desfilar esa interminable cadena humana de mineros que tomaron La Paz luego del Decreto 21060.

La escritura de Yolanda Bedregal es como una sinfonía que representa la vida humana con todos sus movimientos; alegros, andante, para culminar en el silencio absoluto.