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Yolanda Bedregal
ACERCA DE YOLANDA BEDREGAL

HOMENAJE A YOLANDA BEDREGAL

Carlos Castañón Barrientos

El denso y oscuro manto de la muerte acaba de caer sobre Yolanda de Bolivia. La poesía nacional ha perdido a la más conspicua de sus exponentes femeninas. Está de duelo la Academia Boliviana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española, que me honro en dirigir y a la cual ingresó el 19 de junio de 1973 con un brillante discurso sobre Adela Zamudio. Marcó Yolanda Bedregal un hito imborrable en la historia de la Docta Corporación pues fue la primera mujer en ocupar un sillón de esta última. Era una académica seria y tranquila. Segura atentamente el desarrollo de las sesiones, en las que intervenía con el aporte de inteligentes iniciativas para la buena marcha de la institución.

Cuando en algún debate se hablaba de la situación de la mujer en la sociedad o en el orbe intelectual, sus ojos oscuros brillantes se inflamaban de pasión mientras sus labios ratificaban enérgicamente la convicción que tenía la ilustre poetisa en sentido de que la mujer no es inferior a nadie por razón de su sexo. Cooperaba con todo empeño a que la Academia cumpliera los fines que persigue y que se concretan en las labores de cada mes, de cada semana, de cada día.
Escribió sobre todo poesía, pero también ensayo literario y folklórico, novela y cuento.

Tiene una antología de la poesía boliviana que ha alcanzado varias ediciones, la primera de las cuales se hizo en Buenos Aires. Ganó varios primeros lugares en concurso de carácter nacional, entre ellos el Premio de Novela Erich Guttentag.
Su dilatada producción poética se abre con el precoz libro de poemas en prosa NAUFRAGIO, de 1936; continúa con ALMADIA, 1942; NA¬DIR, 1950; DEL MARY LA CENIZA, 1957; ECOS, 1977, y termina con un precioso estuche de poemas infantiles titulado EL CANTARO DEL ANGELITO, de 1979. Perdón si olvidamos algún libro más. Es amorosa su ANTOLOGIA MINIMA, al parecer de 1968, selección de los quince mejores poemas salidos de su pluma, como “Elegía humilde”, “Del mar y la ceniza”, “Alegato envidioso”, “Alegato inútil”, “Alegato de la esperanza”, “Fuga” y “Confidencia a mi alma”.

Introducida en el medio familiar y el de la realidad de nuestro país, su poesía se muestra alternativamente compasiva, solidaria, femenina, tiernamente humanista. Cuando vuelca los ojos sobre la mediterraneidad de Bolivia su espíritu se ilumina con un límpido patriotismo. De pronto la poetisa se torna reflexiva, meditativa, y entonces se nos muestra desesperanzada, decepcionada, como si cierto desabrimiento le inundara el paladar. En los últimos años su inspiración artística sólo se movió impulsada por la realidad maravillosa de los niños del mundo y de Bolivia.

Muchos críticos se han ocupado de la obra poética de Yolanda Bedregal. A Augusto Guzmán le atraen la originalidad y expresividad de sus escritos, los versos de soledad y tristeza, de rebelión y protesta. Valora el racimo de sus poesías llenas de emoción, experiencia y filosofía, así como la identificación de la poetisa con el mar, fuente de vida y movimiento; su universalidad; su seriedad sin solemnidades.

Guillermo Francovich subraya el proceso que ha seguido la poesía de Yolanda Bedregal, desde lo concreto y narrativo, pasando por la “enumeración caótica”, hasta cerrar el ciclo con la expresión de la experiencia religiosa de la autora. Concluye Francovich que esta poesía es profundamente humana y también dramática. Esta poesía —dice—, es labor seria, como que es obra de arte continente de un mensaje, un mensaje trascendente.

Yolanda Bedregal encontró para el final del camino de la vida, como único consuelo, el apoyo de Dios. Pensando acaso en la muerte, esa dama enlutada que acaba de visitar la poetisa, escribió los siguientes verso, con los que cerramos la presente alocución:

Señor, cuando oscurezca te necesito mucho,
cuando las hojas tiemblen para caer del árbol,
parece que un lamento contenido se acerca.
Señor, cuando sea otoño y la flor no esté firme,
Quiero que me acompañes a ver el desnudarse
del mundo.