LA POESIA DE YOLANDA BEDREGAL
Jaime Martinez - Salguero
Yolanda Bedregal es una mujer que permanece tanto en los corazones de quienes la conocieron, como habita en sus libros porque en ellos están pedazos de la vida y el alma de esta escritora.
La vida fluye con ritmos de luz y tonos de sombra. Avanza a golpes de sentimiento y a impulsos de idea que se va revelando poco a poco al ser pulsada por la mano del tiempo. Así como la vida, la poesía de Yolanda Bedregal se construye de esa misma manera. En sus poemas hay luz, iluminación del momento vital sentido por la autora para expresar cuánto la vida le susurra en los oídos intuitivos. En su poesía está presente el niño como también lo está el adulto, porque la poetisa capta la totalidad del mensaje vital construido por el misterio. Para el niño, porque la sencillez y diafanidad de la palabra de Yolanda transparenta un mundo al alcance infantil. Para el adulto, porque el verbo de la poetisa muestra cuánto significa vivir, sufrir y amar. Allí están el misterio del sentimiento y el misterio del conocimiento íntimamente ligados entre sí; por eso, su voz llega a uno y otro con tonos y mensajes diferentes que la misma palabra porta para cada uno de ellos. El niño contempla el universo con la luz de su sentimiento; lo ye con el corazón y se llena de sorpresas que lo asombran a cada instante, por eso lo llena de magia con la cual participa de él. Por otra parte, en el verso de Yolanda está presente tanto la inquietud trascendental que el tiempo coloca en sus venas para sangrar preguntas e ilumina problemas como para sentir cuanto transcurre y hablar con voz de dolor madurada al rescoldo de la experiencia. De esta manera puede decir a los niños, tanto cronológicos como los que tienen el alma niña, abierta a las cosas puras de la naturaleza:
El agua de los arroyos que baja de los nevados tiene los pies ateridos; por eso
va corriendo temprano
hasta el campo
para calentárselos. (El Arroyo)
Por otro lado, su voz trascendental se convierte en pregunta, que es uno de los nombres de la angustia que se siente al penetrar en el fondo de las cosas, y entonces nos dice:
“¿No ves que en cada cosa que se dice
algo se acaba?
Todo lo que llega a ser,
luego se muere.
Y lo que no ha nacido
Está en la vida eterna”. (Canción para no cantar)
Allí la pregunta es un tratado de existencia, de cosmogonía, de antropología, de dolor y frustración porque todo, mundo, hombre, sentimiento, en fin cuanto hay y cuanto somos, debe terminar. La voz resignada de la poetisa lo dice dulce y simplemente, sin cargar los tonos de la angustia que se ha retorcido en su carne y en sus nervios antes de volverse palabra sangrante para vertirse en la palabra escrita y que al surgir de su persona, se aquieta y solo habla para decirnos sus mensajes, para entregarnos su verdad.
Yolanda de Bolivia, como la bautizó el grupo Gesta Bárbara, transcurrió su vida entre el sentimiento y la idea. Su alma se abrevó con los más dulces y más amargos sentimientos y se alimentó con las ideas que le hicieron producir libros, los cuales fueron hitos en el campo de su vida. Esos sentimientos y esas ideas fueron expresándose en sus libros: “Ecos”, “Almadía”, “Nadir”, “El cántaro del angelito”, “Poemar”, “El mar y la ceniza”, “Convocatorias”, que son poemarios, “Naufragio”, (poemas en prosa) y en su novela: “Bajo el oscuro sol” que mereció el Premio Erich Guthentag.
En esta oportunidad quiero tocar el tema de la vida en su obra poética.
La vida es un enigma que se hace tiempo y se abre en asombro parlanchín en la pregunta y luego se cierra en el gran silencio que nos sella los labios al borde de lo infinito. Yolanda Bedregal nos habla de la vida como de un ciclo que, comenzando en el gran misterio que es Dios se cierra en el gran misterio de Dios. En el medio de este enigma está la vida, a la cual comprenderemos, no como existencia abierta al tiempo que nos permite desarrollar capacidades humanas, sino en el círculo que se cierra entre dos misterios; mejor dicho, en un solo misterio que quiso crearnos y nos abre su infinito seno para encerramos eternamente en él. Por lo tanto, mirando la existencia desde éste ángulo, ¿Cuál de los extremos de la circunferencia es el nacimiento y cuál es la muerte? No lo sabemos. Yolanda Bedregal consagra gran parte de su obra a hablamos de este tema. Como es natural, lo hace desde diferentes perspectivas. Por ejemplo nos dice:
“Cuando la muerte me abra puertas a la vida, vendrás tú. No me desharás: me darás por lámpara una lágrima”. (Cuando me muera)
La muerte es quien abre puertas a la vida y no a la inversa, como ingenuamente pensamos los hombres comunes. Es que la real perspectiva de la existencia tiene dimensiones escondidas en alguna parte y esas dimensiones se cruzan para engañarnos. Por otra parte, Yolanda Bedregal comprende que para ganar la felicidad total es necesario sufrir, padecer, tanto al nacer, cuanto al morir, porque el dolor es purificación, siempre y cuando sea voluntariamente aceptado y ofrecido como oblación existencial al autor de la vida. Por eso al dirigirse a Dios le dice: “No me besarás en el momento de morir, simplemente me darás una lágrima para alumbrar el camino” pues ella comprende que la lágrima es el camino que conduce a la plenitud porque es el agua de la vida en la cual ponemos la sal del dolor; el sabor de nuestro propio sacrificio.
Yolanda Bedregal concibe a la vida como un retorno al principio generador, al seno de lo infinito: Dios. Por lo tanto, la vida es un desnacer permanente, un retorno que se produce paso a paso hasta encontrar la inocencia perdida en el camino que media del primer vagido hasta el estertor de la muerte. Dice la poetisa:
“Pero yo quiero regresar,
cavar hasta topar la aurora,
rajar las fibras hasta hallar el calor,
desnacer todo a todo
descascararme al germen mismo
buscar el dónde y el por qué,
y no puedo cantarme
Si no aprehendo la pauta del silencio,
Si no puedo asirme del abismo;
necesito retornar,
desnacer par cantarme.” (Voy a cantarme)
Este retorno comienza en el momento mismo de nacer, pues éste es el principio de nuestra existencia temporal. Pero nacer es encarnarse, significa introducir el espíritu en un cofre de carne para que sea templo del Señor. Esa introducción del alma en el cuerpo es un acontecimiento histórico, en cuanto sucede en el tiempo y el espacio; del amor de quien permite la encarnación del amor de las personas que se juntan para permitir ese nacimiento: la tierna unión de los padres. Sin embargo no es sólo eso; significa insertarse en una cadena de existencias que nos unen con el principio del tiempo cuando el primer hombre surge de las manos del creador; por otra parte ese retorno nos permite adquirir ciertos caracteres, cierta herencia, tanto biológica cuanto cultural. Una herencia de capacidades espirituales con las cuales enfrentaremos al tiempo que se desenvuelve aumentándonos años mientras nosotros le añadimos, desde adentro, experiencia a ese trabajo permanente que es existir. La poetisa nos dice:
(Nacer es) “Venir de los resabios de unos seres lejanos
que se amaron un día
y que se encadenaron con la vida.
Ser una argolla más de esa cadena.” (Nacimiento)
Y el transcurrir en el tiempo comienza con el asombro que significa morar en esta vida y en el mundo. Es recorrer un espacio interior poblado de sorpresas y de inquietudes. Por eso Yolanda nos dice:
“Tengo asombro en los ojos
ansiedad en la boca,
la vida se hace seria; ya no canto; ahora rezo”. (Lila y verde)
En versos sintéticos, sentenciosos, donde cabe la sabiduría prontamente adquirida, la poetisa repasa su existencia y encuentra en ella la sorpresa que conmociona al espíritu por el encuentro de lo buscado y de lo no buscado y, también, le hace sentir aquello que no se conocía como sensación hasta que, en manos de la vida, los nervios vibran de tal manera que nos impulsan a unirnos con el misterio y en ese momento, la sensación ya es asombro; es sentir en el patio del espíritu la sombra de lo infinito volando por encima de nosotros, es decir, la vida se abre entre sorpresa y sorpresa y por eso Yolanda dice que ese asombro le produce ansiedad en la boca. Es que vivir produce zozobra porque nunca sabemos qué va a pasar en el siguiente minuto y ese es el permanente estado de vivir. Cuando se comprende que existir es confrontar esa situación, “La vida se hace seria” y puede acallar al canto, a la diversión, a lo intrascendente para hacernos pensar en lo infinito, que siempre es sagrado y, por eso la adolescente que había en Yolanda Bedregal pasa a ser la mujer que reza, que eleva la mente y el alma a Dios porque se da cuenta que vivir es viajar hacia lo absoluto, la gran meta de la vida. Como se ve, Yolanda Bedregal recorre un camino que la lleva hacia el misticismo. Ella misma nos lo dice cuando en su poema “Frente a mi retrato”:
“En la mística boca arrodillada
desangró el beso la evidencia humana”.
Esa, su experiencia temprana, la cual la llevó a un misticismo incipiente que irá madurando poco a poco.
Retomando su idea de la vida, podemos decir que nacer es descender de lo absoluto para encarnarse en una raíz genética que le da, al mismo tiempo, un entorno cultural que la cobija y la impulsa a un más allá siempre inalcanzable en el tiempo; es estar sujeto a una fuerza que la envía adelante o hacia lo que debe encontrar y, por lo tanto, es una permanente búsqueda que le hace construir su vida, edificar su tiempo con la acción concreta, con el dolor cotidiano. Por eso nos dice:
“Mientras tanto llovieron muchas lagrimas
-cinceles en la pulpa de la vida-
¬Un espectante albor flota en el rostro,
Pero de norte a sur,
de este a oeste,
Tormenta en primavera hirió mi frente. (Frente a ml retrato, Nadir)
La construcción de la propia vida es una constante búsqueda de caminos que nos permitan exteriorizar la misteriosa potencia que nos impulsa a realizarnos con la entrega de cuánto somos capaces de producir y sentir en esa búsqueda hasta encontrar la ruta definitiva que nos conecte con lo infinito. Yolanda Bedregal lo hace con la generosa entrega de un verso, un poema, un libro, el cual se suma a otros y forma una obra. Mas, existir es también la apertura del yo a toda experiencia ajena, a todo don que el otro, el prójimo, el mundo, son capaces de entregarnos. Por eso, la poetisa mira su vida como una salida de caminos que la llevan hacia el otro, hacia el tú, con quien es necesario dialogar. Tú, amplio y siempre abierto a nuestros oídos cuando somos capaces de abrirlos desde adentro. Yolanda que ha recorrido esos senderos de la vida, nos dice:
“Y más caminos enredados en mí y fuera de mí como culebras: anhelos, angustias, ansias, deseos, todo color de caminos, eso que nace en cada instante. Cuántos nuevos países para mis mundos innominables. Calles, puertos, estaciones, luces de color, focos muertos “Embarque” (Naufragio).
La apertura de la vida es un camino que penetra hondo, dentro de nosotros, primero; luego se abre, para volver a cerrarse y tornar a abrirse porque el hombre comienza a sentir y penetra en sí mismo para preguntarse por el motivo del misterio y, entonces, comienza a pensar; vuelve a penetrar en su intimidad y se pregunta por la esencia de la vida. Se abre a los demás para compartir cuánto ha encontrado, cuánto el mundo y la vida le han enseñado.
Yolanda Bedregal produjo su poesía como quien recorre el camino de su vida. La hizo con humildad y grandeza, con conocimiento y temblor, con amor y extrañeza, con cariño a la belleza y a la verdad. Para ella hacer poesía fue un continuo abrir los oIdos espirituales de tal manera que le permitan escuchar el eco de la voz de Dios resonando todavIa en el fondo de cuanto hay. Por eso nos dice:
“Buscando un eco va el canto:
Eco de Dios en la tierra.
La eternidad del minuto es reflejarse en un alma” (Ecos P.9)
La religiosidad de esta poetisa rompe todo tipo de ataduras para religarse únicamente a Dios. Es una manifestación de su encuentro con el Creador, o mejor dicho, es su íntima oración, libre ya de cadenas.
“Ven, Padre.
Principio de mi larga cadena
Mi condena a ser hombre
En tu padro amarillo
Para volver a ti.” (Ven a mi mesa Dios)
Ese volver al Padre muestra la misión que el hombre tiene en la vida. Su destino no es morir sino vivir retornando a Dios en todo momento, en sus actos y en sus pensamientos, con los cuales hila el misterioso tejido de su existencia. Este retorno es el principio y fin de sus afanes.
Como se ve, la concepción de la vida que tiene Yolanda Bedregal puede ser representada por un círculo que se inicia en Dios y concluye en el mismo Dios.
Al haber terminado de recorrer el camino del tiempo, Yolanda ha entrado en el seno de Dios que la esperaba desde antes de su nacimiento.
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