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Yolanda Bedregal
OBRA - ENSAYOS - ENSAYO I

GABRIELA MISTRAL

No ha mucho, los países eran colmenas aisladas de donde partían abejas mensajeras con su pregón de mieles, que no alcanzaba a sustentar más que a la comarca vecina, por razón de cantidad, de cualidad o porque el acceso de predio a predio tenía sus límites.

Modernamente, el mundo pretende ser un solo y vasto colmenar. El alambre de púa cedió a la sutil presión del éter ahíto de mensajes.

Por aire y materia firme se extiende hilos de buena voluntad y de esperanza. Los pueblos quieren acercarse, aunque todavía los hombres no se entiendan y envían misiones diplomáticas técnicas, científicas. Las naciones quieren saber qué hace, qué piensa, hasta qué come su vecino. Y no por mera curiosidad, sino porque el mutuo conocimiento y el quehacer unánime y colectivo liman las rejas de todas las prisiones.

Entre miles de firmas intercambiadas con este fin en cancillerías y oficinas, hay un pacto, menos oficial y más arraigado: el que rubrican artistas, escritores, poetas. Y hay otro, noble, inamovible, casi anónimo, cuyo sello es el apretón de manos entre amigos.

Por unos y otros, por lo oficial y lo cordial, concierta Chile la admiración y simpatía.

Como un pequeño homenaje a aquellos nombres que son lazo continental, permítaseme citar uno que es cifra y símbolo espiritual de Chile: Gabriela Mistral.

América, la geológica, le dio su cara primitiva y milenaria. La amasó de roca y viento, de su metal y sus venenos.

Le dio su parla elemental y su habla recia e inconfundible.

Chile, el de la “loca geografía”, le dio su sangre, mezcla bíblica de vástagos cansados y retoños asombrados. Mar de siglos y madera nueva.

Y su valle, su Elqui, le dio abecedario íntimo de presencia humana, con su menuda brega cotidiana, yerbas aromáticas, dulzuras y dolor.

Lucila Godoy Alcayaga, la maestra rural, subió del valle postergado a las claridades de la ciudad, descalza, con sayal de estameña, llevando como una vara mágica, su ramo de primeriza espiga a los Juegos Florales Santiaguinos. Pero la cosecha provinciana no eran doradas mieses para que juegue el aire. No eran livianos cantos. Son varas florecidas en los catorce surcos del soneto, amargos surcos abonados de muerte.

Ante el cárdeno ramo agreste, que tiene la pesantez de los racimos negros, se inclinan los laureles que verdeaban en la frente de “los diez” poetas más o menos contemporáneos de Lucila. Está al encuentro de su nuevo bautismo.

Gabriela Mistral trae una voz. ¿Es la misma lacrimosa y doliente de los últimos cisnes del Romanticismo? En la tendencia tal vez sí, mas no en la intención. Ya al umbral del Modernismo literario, no tiene que pedir prestada emoción ni forma. Libre irrumpe con su propia carga de vida y sus preguntas. Ve frente al Pensador de Rodin que:

Cada surco se llena de terrores
y no hay árbol torcido, ni flanco de león herido
crispados como este hombre que medita en la muerte.

Muerte que ha de rondar insistente por su producción, unas veces con penacho de fuego, otras con dulzuras de ruego tentador y, en épocas posteriores, con blandura resignada de humo y ceniza.

Sus dolores son auténticos, sincera su palabra; como auténticos y sinceros sus motivos y expresión. No creo que esta mujer haya tomado nada que no sea legítimo y esencial. Cuando escribe, está ausente lo rebuscado o superfluo; no se vale de la retórica, emplea su sintaxis regional, el vocablo desgastado en el regusto cotidiano, aunque como todo artista, le dé categoría y belleza personal. Lo mismo en su vida diaria; rehúye el adorno y el retoque vano. La rebeldía de sus cabellos, el desmaño de sus ropas, sus olvidos, sus confusiones de tema y de momento, no alteraban su integridad humana.

Si el dolor la sacude es:

porque tú labrador siembras odiando
y un niño va, como un hombre , llorando

Por eso odia su pan, su estrofa, su alegría. Como tiene conciencia de la verdad, pregunta, como debiera hacerlo todo hombre:

¿Con esta pobre boca que ha mentido
se ha de cantar?

Mucho debió acumular su corazón austero hasta desgarrarse en esa sorda y sólida línea de su “Tribulación”:

En esta hora amarga como sorbo de mares

¿Cómo no iba a llevar socarrada la boca, la trova acibarada?

Mas, cree en su corazón, lo reclina en el pecho del Dios del Viejo Testamento, el Dios terrible y fuerte, y desde allí deja manar sus canciones de cuna hasta la falda inmutable de la tierra.

La que habla de soledad y de abandono, en “amargo ejercicio de amar”, ahueca el seno estéril como cicatriz de árbol herido para albergar en él su credo de artista, sus ternuras y experiencias de maestra, y hasta algún trino de pasajera alegría.

Esa doble faz tiene su libro Desolación: “Hora amarga como sorbo de mares y tierra dulce como humano labio”. Y tanto correr por este cauce interno, Desolación nos suena al final Consolación.

Publicado en Nueva York, este primer libro, justiciera y cariñosamente, Chile la toma en la palma de su mano, y en ella ha de conducirla hasta la consagración y al lecho definitivo. Gabriela empezó su peregrinaje por el mundo; su nombre, junto al de su patria, van atando las Américas y prologándose en el Viejo Continente.

Donde quiera que esté la Mistral y abra oficina, está un jirón de Chile; ha decretado su gobierno nombrándola Cónsul vitalicio. País de conciencia cívica y leal entender de sus misiones, anhela o presiente que un día el nombre de su Poeta hará más radiante la estrella de su emblema, cuando la prensa anuncie el máximo galardón mundial de las letras.

En tierras extranjeras, aunque Gabriela pertenece a todas, publica su segundo libro Tala y lo hace, según propias palabras “por no tener otra cosa que dar a los niños españoles dispersos por los cuatro vientos… en ademán de servir, de ser únicamente el criado de mi amor hacia la sangre inocente de España, que va y viene por la Península y por Europa entera”.

Leyendo Tala, se halla el hilo con Desolación en el proceso emocional, en la raíz misma existencial, experiencial, que está en la persona de Gabriela con su mestizaje indígena y vascuense, que da por resultado un ser criollo en su mejor sentido.

Se entrega en este libro, igual que en el primero, con rostro de sangre sobre paño de Verónica. Pero es rostro maduro, no de personales tribulaciones, sino del hombre enfrentado con el tiempo, con lo invisible y lo visible, con el sufrir del pueblo, que no tiene que ver con la sociología ni con la política, sino de aquél con el pueblo y no por o para el pueblo, según afirma Maritain:

Hace tiempo que masco tinieblas
que la dicha no sé reaprender,
tanto tiempo que piso las lavas
que olvidaron vellones los pies,
tantos años que muero el desierto
que mi Patria se llama la Sed.

Un rápido análisis estilístico de estos versos daría la pauta de la corporeidad sólida y contundente del pensamiento de la Mistral:

Mascar tinieblas –no reaprender la dicha– pisar lavas –morder el desierto–; son verbos y materias entrelazadas de cosmos y sensación precisa.

En Tala, la poetisa ha tenido sus “peleas con el idioma”. Problema que cuando ella critica lo que llama sus “meceduras”, le hace decir:

Aquellos que siguen el percance de las lenguas coloniales, sólo ellos pueden explicar el fracaso de nuestra literatura infantil… Un español tiene siempre derecho para hablar de los negocios del idioma que nos cedió, y cuyo valor sigue reteniendo la mano derecha, es decir en la más experimentada, pero ¿qué quieren ellos que hagamos? Mucho de lo español ya no sirve en este mundo de gentes, hábitos, pájaros y plantas contrastadas con lo peninsular. Todavía somos su clientela en la lengua, pero ya muchos quieren tomar la posesión del sobrehaz de la tierra nueva… Conflicto tremendo entre el ser fiel y el ser infiel al coloniaje verbal… Me cuento entre los hijos de esa cosa torcida que se llama una experiencia racial, mejor dicho una violencia racial.

(Qué diríamos nosotros bolivianos, que no sólo tropezamos con los obstáculos que señala la chilena, sino que además sufrimos la ruptura entre pensar en lengua vernácula y expresarnos en español).

Gabriela Mistral ha tomado al ser objetivo americano. Nombres de ríos, montes, comarcas, hierbas y pájaros se suceden con la misma hirsuta majestad del paisaje. Temas y léxico se amalgaman con esa belleza aparentemente no elaborada de las fuerzas elementales de la roca o el pinar.

No hay orfebrería verbal; le basta su material intrínseco, y dirá aludiendo a su oído que es desatento y basto. “El tono mío –dice– el más frecuente, mi dejo rural en el que he vivido y en el que he de morir”.

Es verdad, numerosas imperfecciones que no restan belleza a su obra, podrían anotarse. Los títulos de su obra están sacados de una actividad rural tala, lagar, son términos que surgen de significativas, ancestrales tareas campesinas, y que implican trabajo de hacha y pie desnudo.

Esos mismos títulos muestran que no están olvidadas sus lastimaduras y que otros también: “Sobre la arena le entregaron las cosas que no se oyen en vano”. En el libro Tala acumula recados de criaturas y de seres inanimados, asociándolos a la intención profunda que les confiere humanidad y que las hace vivas. Los temas menudos –agua, sal, maíz, niños, epístolas–, se funden en este libro de manera más concreta que en Desolación. Oigámosla en líneas de su poema “Pan”:

Dejaron un pan sobre la mesa
mitad quemado, mitad blanco
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de campo…

Huele a mi madre cuando dio su leche
huele a tres valles por donde he pasado:

A Aconcagua a Pazcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto…

La forma es dura y difícil muchas veces, pero sugestiva.

El último libro, Lagar, es poco conocido en Bolivia. La tónica, la manera verbal, acusan un renunciamiento a la forma fácil del verso, cosa que había empezado en Tala. Para gustar los poemas de Lagar, hay que hacerse un nuevo oído: tienen cierta sequedad que no proviene de esterilidad, sino de madurez en retornar a lo clásico. Ese desasimiento, que tanto caracteriza a la personalidad y a la manera de la Mistral, se acusa fuertemente en estos poemas. Sus preocupaciones acerca del problema del lenguaje se resuelven de manera al parecer espontánea y repentina, pero que han tenido su elaboración anterior. En Lagar hay equilibrio entre lo objetivo y subjetivo. En los poemas está palpable el renunciamiento a las formas habituales sonoras y a su carga de dolores y soledad. La primera composición
titulada “La Otra” es una confesión escueta y difícil:

Una en mí maté
yo no la amaba.

Era la flor llamando
del cáctus de montaña:
era aridez y fuego:
nunca se refrescaba.

Piedra y cielo tenía
a pies y espalda
y no bajaba nunca
a buscar “ojos de agua”.

Donde hacía su siesta,
las hierbas se enroscaban
de aliento de su boca
y brasa de su cara.

En rápidas resinas
se endurecía su habla
por no caer en linda
pieza soltada.

Doblarse no sabía
la planta de montañas.
y al costado de ella,
yo me doblaba…

La dejé que muriese,
robándole mi entraña.

Se acabó como el águila
que no es alimentada.

Sosegó el aletazo,
se dobló, lacia,
y me cayó en la mano
su pavesa acabada…

Por ella todavía
me gimen sus hermanas,
y las gradas de fuego
al pasar me desgarran.

Cruzando yo les digo:
-Buscad por las quebradas
y haced con las arcillas
otra águila abrasada.

Si no podéis, entonces
¡ay!, olvidadla.

Yo la maté. Vosotras
también ¡matadla!

En el libro Lagar vemos, pues, una forma poética desnuda y severa. Los temas son el drama colectivo de la guerra que la conturba más que sus propios dolores; motivos pequeños; jugarretas, vagabundeaje; naturaleza, nocturnos, oficios, rondas, tiempo, recados. Ha dicho:

…ahora voy a desaprender tu amor
que era la sola lengua mía
denme ahora las palabras
que no me dio la nodriza…

Me he sentado a mitad de la Tierra
amor mío, a mitad de la vida
a abrir mis venas y mi pecho
a mondarme como granada viva
y a romper la caoba roja
de mis huesos que te querían…

Sigue el luto en estas páginas, por otras que no es del amado ni de la madre:

En sólo una noche brotó de mi pecho
subió creció el árbol de luto
empujó los huesos, abrió las carnes
su cogollo llegó a mi cabeza.
…¿qué brazo daré que no sea luto?…
en lo que dura una noche
cayó mi sol
se fue mi día
y mi carne se hizo humareda
que corta un niño con la mano.

Luego se aparta de sí para cantar a manos de obrero, países, herramientas; y desasirse otra vez de “La Otra” que mató en ella.

Y aquella Grabriela gloriosa, llevada en los hombros de América como flameante copigue araucano, entrega al mundo:

el diezmo que pagó al rayo
de su Dios dulce y tremendo…

Tal la reconcentrada imagen de Gabriela, en fuego y noche dibujada netamente,
en un rigor de expresión hebraica que no excluye la temblorosa alma.

Y para terminar, en su homenaje repito lo que a su muerte le dijera.

“Gabriela Mistral: prez y envío”:

Ancha Noche, madre de eternidades,
en tu regazo primigenio
tiende Gabriela, -nombre astral-
Lucila amanecida.

Un signo de Zodíaco
desmenuzó su entraña
en pétalos de gloria y de dolor.

Gabriela, la Madona
del regazo baldío…
En ese abierto trono generoso
madres henchidas
sentaban al hijo ansiado.

Sus pechos manaban
canciones de cuna
que en tierno fluir
a los hijos ajenos
amamantaban.

Ancha Noche, constelada de estrellas,
suave vellón sin olvido
arrulla a Gabriela
con la canción de cuna
que su madre menuda
para ella cantara.

Noche dolida, lienzo de luceros,
paño de Verónica,
¡acaricia su rostro!

¡Esa Gabriela!
Su cara desolada:
Pedazo de montaña
desgajada del Ande,
generoso o inhóspito
en que sembró su llanto
y cosechó su canto.

Nevera de milagros;
paja brava que curva el viento;
líquen catártico;
mares petrificados;
fuente amarga de ríos dulces.

Noche, tú, esponja de lágrimas,
testigo en sus anhelos y esperanzas
al sacar la mascarilla de Gabriela,
pliega los cuatro pétalos del lienzo
Belleza –Anor – Dolor – Misericordia.

Como el perfil de la América
será Gabriela, lírica y heroica,
en su Tabor y su Calvario.

Firmamento ancestral, tablero bíblico,
donde Ruth aventara su gavilla,
donde Raquel volcara su ánfora,
asoma a tu sendero de galaxias
con un ramo de luto a la espaldas
silabeando el pie desnudo,
con un ramo de luto entre las manos.

Gabriela, la arcangélica,
lleno el carcaj de sus Recados
en sentencia celeste
bajo leve gotear de refocilos.

Inscríbela, Señor, en tu tablero transparente
como bíblico versículo
por muchos labios balbuceado.

Era ancestral su voz hebrea
como la tuya, en Salmo o en Lamento.

Tierra, cuando tú sientas
tañer el cordaje del Salterio
en cuerda por ángeles tesada,
sabe, tú, que Gabriela,
con rodillas de polvo,
a ti desciende
y, con lengua de blanduras,
te ensalma.

Tierra, troje y lagar del grano humano,
a ti se restituye Gabriela, en parda saya.
¡Abre tu entraña, Tierra!
Dale albergue a su hueso y a su verso.
Recibe sus Recados y su ruego
sellado por el tiempo.

Muerte, tú en las catorce
varas de su soneto desolado;
tú, que en crisma y óleo la anunciaste,
espérala como a hija predilecta,
y dale
cabezal de luceros.
Así sea.

Gabriela, hermana grande,
hortelana de los predios de Dios,
valerosa pastora de la Paz,
evangélica estampa de Mujer Fuerte,

¡alabada seas!

Al nombrarte
cantan puertas liberadas.
detienen sus locuras las mujeres,
endúlzanse las herramientas;
su juego interrumpen los niños
y acarician la arena que pisabas
creyendo que pasas por ella.

Árbol de América, nimbo de Chile,
crezcan tu tronco y tu follaje
y se hundan tus raíces generosas
en el corazón humano

Hermana grande.
Publicado en el Tomo I de Ensayo, Obra Completa de Yolanda Bedregal. Plural Editores. La Paz, mayo de 2009. P. 457-567.

(Nota) Mec. Escritos varios C2-36. Leído en 1996 en ocasión de recibir la Medalla Gabriela Mistral, otorgada por el gobierno de Chile (cfr. El acercamiento biográfico a Yolanda Bedregal escrito por Rosángela Conitzer). Entre los borradores de este texto se encuentra uno especialmente interesante (Mec. Escritos varios C8-04) que a la letra dice: “Sus rasgos faciales pueden ser parecidos o semejantes a los de auténticos quechuas, aymaras, guaraníes: cabello lacio, tez oscura, rasgos que oscilan entre lo grave, agresivo, sereno
y dulce; cree y duda, acepta y rechaza. A veces se muestra mística; otras atea, orientalista a ratos; otras americanista y antihispánica. Va del cariño al rencor; dadivosa y ansiosa de dinero, viril y femenina. Es posible que esta conducta sea normal entre gente normal, pero Gabriela es auténtica en sus dos momentos
diferentes, que, a veces, se confunden [entre] oración [e] imprecación”.