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Yolanda Bedregal
OBRA - ENSAYOS - ENSAYO II

RECORDAR VOLVER AL CORAZÓN

Un día, lejano en el tiempo, se anunció un recién llegado de Buenos Aires. A poco está en mi casa –abierta posada de peregrinos– un joven de unos 27 años, mediana estatura, elegante en su perramus, sombrero alón, suelto rosón de seda negra por corbata; típica imagen algo romántica de artista. Con viril apretón de manos, se presentó como el pintor lituano Juan Rimsa; la “s” con sonido inglés de “sh” o “sch” alemán.

Bello rostro, frente amplia, ojos claros, piel y facciones finas enmarcadas en el dorado de la melena y la barba. Venía deslumbrado del paisaje de la puna y las montañas nevadas y como, de súbito, desde El Alto, curva a curva, al compás del tren, lo había ido embrujando la hoya de La Paz.

Escuché su emocionada descripción, sin sospechar que cuando otro día abandonaría el país ya no sería el lituano, sino el pintor boliviano Juan Rimsa. Pronto se iba empapando del ambiente. Todo lo miraba con aliento suspenso que él disculpaba con la altura… Fueron suyos luz y color, gente y alma bolivianas. Sol de altiplano, de valle y trópico; figuras meditativas o en movimiento, la faz cobriza del aymara, ponchos y rebozos de luto o júbilo, naranjas, eucaliptos, platanales y pedazos de Lago maduraban en los sueños del pintor y se iban vaciando en sus cuadros.

Veo a Rimsa frente a su caballete. Está solo y en otro mundo. La boca apretada, tenso el ceño; violento o calmado, con furia o con dulzura lleva el pincel de la paleta al lienzo. Después, el gozo doloroso de crear o el desaliento de no lograr…

La vida de Rimsa es total entrega, arcangélica y diabólica, a su arte. Es renuncia constante a su personal felicidad. Es lucha diaria, peregrinaje y búsqueda.

Dolor, amor a su obra, privaciones, consumen su salud y su sueño. Del Báltico, al Rhin, al Amazonas; del Brasil a la Argentina o Bolivia. A Tahití; de la América del Norte a la del Sur, con el único hogar fijo de su corazón de artista –Yonas, Iván o Juan– va por el mundo recogiendo color y entregándolo en sus composiciones melodiosas, vibrantes, inconfundibles en su estilo. En importantes museos del mundo está el paisaje, la figura del habitante boliviano, con sus pinquillos, zampoñas y tambores, su policrómica indumentaria, sus costumbres, sus máscaras de diablo y su alma milenaria…

Recuerdo también a nuestro pintor en la segunda etapa de su vida boliviana.

Profesor de la Academia de Sucre. Risueño con sus alumnos, y sonriendo con lágrimas cuando los golpes llegan de algún lado… Pastor de artistas niños, los conduce por los campos enseñándoles a ver con nuevos ojos, trasmitiéndoles experiencia y técnicas.
Los mima con su saber y con regalo de materiales, con trajes a medida para las excursiones. Forma poco a poco un grupo consciente de la seguridad del arte, y en conjunto, los muchachos realizan un enorme mural en la casa Reynolds en Chuquisaca. Floración de esos años son muchos de los mejores pintores actuales. Cada cual en su propia sensibilidad, en su propia temática y estilo.

El maestro respeta la personalidad de sus discípulos. Rimsa ha hecho escuela de artistas, no de maneras. Es su mayor mérito; no haber impuesto, sino haber orientado con cariño y talento y, generosamente, enseñar los medios técnicos de expresión.
No en vano la Universidad Mayor y Pontificia de Chuquisaca ha otorgado al Maestro el título de Profesor Honorario. Las enseñanzas de Sucre las continúa en su taller de la esquina Camacho –Colón de la ciudad de La Paz. Allí se reúnen discípulos, artistas y amigos.
Leen, pintan, discuten mientras van y vienen las tacitas de café yungueño.

Para entonces Rimsa ha hecho varias exposiciones en Bolivia. Sus obras están en edificios públicos y en la casa de los amantes del arte. La Nación lo ha condecorado con el Cóndor de los Andes y ya su pasaporte boliviano y el cariño y admiración del pueblo lo consagran como nuestro pintor, junto a los otros grandes aquí nacidos.

Tiene que marcharse porque los cuatro mil metros exigen demasiado de su corazón en incesante anhelo. Hacia donde vaya, va con él Bolivia, su gente y su paisaje. Pero también lo siguen con el recuerdo los que lo conocen como artista, como hombre y como amigo.

Juan Rimsa está en América del Norte, pero está aquí más presente que nunca en esta confesión cromática y este testimonio vivo de su devoción a este pedazo de los Andes.
Para ese niño grande y ese grande artista vaya el cariño, la admiración y la gratitud de su pueblo boliviano.

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