DANZA MODERNA: VALENTINA ROMANOFF DE MONTENEGRO
A menudo oímos decir en La Paz que el arte está de capa caída. Me atrevería a afirmar que en los últimos meses se ha demostrado lo contrario; buena música, numerosas exposiciones y aún más, recitales de danza, de declamación. Unos mejor que otros, pero todos afirman que la inquietud espiritual estaba esperando un momento de libertad para manifestarse. ¡No nos quejemos! Por otro lado, el Ministerio de Educación y Bellas Artes, a pesar de la escasez de fondos, ha auspiciado, cuando no económica, por lo menos moralmente, todo brote cultural ofrecido de fuera y dentro del país. El Departamento de Cultura está siempre acucioso y dispuesto a facilitar variedad de espectáculos y conferencias interesantes. Esta actividad artística ha culminado con el recital de danza moderna que ofreció en días pasados Valentina Romanoff de Montenegro. Merece hacer hincapié en ese recital, pues creemos que marca un hito en la trayectoria de la danza en nuestro país.
Hasta hace poco, la danza había tenido cultoras aisladas; recordamos a Tita de la Oliva Sáenz, Ada Carvajal y alguna otra. O se había practicado en los festivales de colegios, a base de afición y gusto por este arte, pero nada más. No sabemos si en tiempo del Incario y de la Colonia se hubiera cultivado sistemáticamente la danza, aparte del baile de sociedad que tuvo sus momentos de gracia y belleza innegables. En La Paz, el maestro apostólico de la juventud, D. Antonio González Bravo, se dedicó con grupos de niñas y señoritas a formar conjuntos de danza, plástica animada y declamación. Tuvo además este músico el gran mérito de resucitar motivos y melodías indígenas y actualizarlas en la tradicional Semana Indianista, que se celebraba hasta que los tiempos del desastre impidieron estas fiestas tan útiles y necesarias para nuestro desarrollo danza moderna: cultural. González Bravo preparaba también las enormes rondas folklóricas
anuales del Estadio. Aparte de él, no sabemos de otras personas que se hayan dedicado a la cultura de la danza. Fue él quien dio el paso inicial.
Más o menos el año 1938 vino a Bolivia Valentina Romanoff. Esta artista se presentó por primera vez en La Paz en uno de los “Lunes culturales” que ofrecía el Ministerio bajo la dirección de Gustavo Adolfo Otero.
Valentina Romanoff presentó algunos números de danza romántica. Se mostró dueña de una técnica fina y de un gusto delicado en la elección. Y realización. El público quedó entusiasmado y no había quien no preguntase si establecería un curso. Poco después de ese recital empezó con un grupo de muchachas. No se trataba de dar pasitos graciosos o saltos acrobáticos. La enseñanza era progresiva: movimientos rítmicos preparatorios desde los pies a la cabeza, luego combinación natural de ellos para llegar a una armonía de conjunto. Así preparó varios recitales que merecieron la mejor crítica de la prensa y el lleno complemento de los teatros. De ese grupo de alumnas merecieron mención especial las señoritas Nilda y Margarita Núñez del Prado, Elsa Ovando, Leonor Lozada y las niñitas Lulé Paz Campero, Chichi Valdivieso, Magda Soliz, Chichi Taborga, Elba y Aida Palza Vega, Rosemary Ashton, Clemencia García, Ada Castellanos, las chicas Mariani y otras que olvidamos.
Las danzas acusaban un estudio serio de parte de las alumnas y un seguro conocimiento de coreografía en la profesora.
Eran interpretaciones discretas y elegantes de música bien seleccionada.
Con estas demostraciones “públicas” se disipó esa especie de complejo que tenían muchas mamás acerca de las bailarinas. Valentina Romanoff no “amaestraba” a las alumnas; les enseñaba a moverse armoniosamente y cuando ella bailaba sola, lo hacía con aristocracia y distinción. Acudieron a su escuela niñas de la diplomacia y sociedad, con lo que definitivamente quedó anulado ese temor a que “gente bien” se dedicara a bailar en tablas. A base del grupo que preparó Valentina Romanoff pudo realizarse el Ballet “Amerindia” de Velasco Maidana, que batió un record de presentaciones. En Sucre, a pesar de que algunas señoras se resistían a acudir a un espectáculo en que se lucían piernas desnudas, se tuvo tres veces teatro repleto. En Potosí, centro esencialmente artístico, el éxito fue sin restricciones, lo mismo que en Oruro y Cochabamba. En La Paz no se dio el Ballet menos de diez veces. La mayoría de las bailarinas eran alumnas de Valentina. De no haber habido el grupo básico entrenado,
difícil hubiera sido conseguir el éxito de “Amerindia”.
Lástima que fue primera y última tentativa de Velasco en esta materia en Bolivia.
No menos éxito alcanzaron en el Baile Colonial del 39 el Valse de Chela Urquidi, la Contradanza y el Minueto preparados por Valentina con las más bellas muchachas de La Paz. En el Minueto bailó el “solo” Valentina Romanoff. Largo sería enumerar otras actuaciones con el Instituto de Educación Física, Veladas de la Prensa, etc., en que aportó su arte la meritoria profesora. Siguieron luego fundándose otras academias en La Paz, siendo la principal la que dirige Alcira de Rico y Soto, con distinta tendencia y que merecidamente ha alcanzado el rango de Escuela Nacional de Ballet.
Este breve comentario nos ha sugerido la última actuación de la Escuela de Danza Moderna, que ha reiniciado este año Valentina Romanoff de Montenegro. Ha pasado tiempo desde las veladas a que nos referimos. Entre tanto, Valentina ha viajado y ha ido perfeccionándose en más nuevas orientaciones. Si antes hacía pensar en la Duncan o en la Wigman, ahora podemos decir que está bastante más lejos de la modalidad de esas grandes. La nueva escuela se ha apartado ya de los efectos dramáticos, de las posiciones forzadas, de cierto amaneramiento que parecía indispensable. Ocurre con la danza lo que con las demás artes, incluso con la literatura; ha pasado sus períodos históricos
desde la danza más primitiva de carácter simbólico en que las fuerzas ciegas se convertían en representaciones vagas y hasta groseras sujetas a ritmos sin melodía, hasta las interpretaciones “freudianas” de las tendencias más avanzadas, pasando por el lapso romántico en que predomina la expresión de las pasiones, lo sentimental con propensión hacia lo bonito, hasta cursi. El arte moderno salta por encima de lo bonito y toma incluso el elemento de lo feo; no le importa mucho la gracia superficial y prefiere la expresión de una belleza esencial, llena de libre vitalidad.
Discípula de Marta Graham, la más representativa danzarina moderna, Valentina de Montenegro ha estudiado los nuevos elementos y los ha aplicado con acierto y discreción en cursos. Claramente se veía en la “Balada de la Arañita” un pleno conocimiento de coreografía: composición en grupos equilibrados sin la simetría tradicional; postura natural; gesto cabal. Si se tiene además en cuenta que las alumnas tienen apenas meses de estudio, es fácil suponer que bajo la dirección acertada de una maestra pueden realizarse en Bolivia obras de mayor dimensión. Acaso llevarse a la coreografía momentos culminantes de la tradición y la leyenda. El Ballet de la Arañita llenaba, en la medida de los recursos de que disponemos, todos los requisitos de una obra en grande. El conjunto era armonioso y el baile individual de las pequeñas actuantes, ajustado y personal. Es grato para los sentidos ver algo que se realiza sin esfuerzo, como si fuera creándose espontáneamente. El ejercicio preliminar debe quedar
imperceptible, olvidado, para que el espectador tenga la sensación de alivio que pide toda obra de arte. Así fue con estas danzas.
El número de “Danza Absoluta” a cargo de Marta Paz se ha hecho por primera vez en nuestros teatros. ¿Por qué la danza ha de obedecer sólo a la música si el cuerpo humano es instrumento artístico de todas las gamas de la emoción? Hay ritmos interiores tan fuertes que pueden traducirse hasta en una lágrima. ¿Por qué no ha de bailar una lágrima o un estado de ánimo y por qué no ha de bailar la palabra igual que la música? Marta Paz interpretó un poema difícil, todavía no con la intensidad que lo haría su maestra, pero sí con sobriedad y armonía. La joven bailarina se muestra capaz de gran expresión y constituye toda una promesa. La acompañaba diciendo el poema Sofía Soriano con voz flexible y cálida. Quizá no llegaron a identificarse completamente; tampoco se puede llegar a ello, sino después de largo entrenamiento. Desearíamos ver a la propia Valentina en la interpretación de “Danza Absoluta”, y no sólo a través de sus alumnas.
En la “Mazurca de Chopin” se mostró buena técnica en movimientos combinados difíciles. La estilización de la “Danza Indígena” de Humberto Viscarra, muy plástica. Un paréntesis sobre esta “Canción India” que, aun siendo folklórica, se eleva a un plano universal y hace de Viscarra Monje el exponente de la música moderna boliviana en América. En otro país que no sea el nuestro, este maestro sería el embajador más auténtico de nuestra música en el continente. ¿Cuándo lo enviarán a cumplir su misión?
Al elegir esta página, Valentina de Montenegro muestra hasta qué punto ha sabido adentrarse en el espíritu de este país, acaso por lo que tiene de común con su tierra natal, Rusia, tierra de los bailes populares como del aristocrático ballet.
Valentina ha elegido buena música moderna europea; rusa, francesa, española, polaca. No ha descuidado detalles de vestuario y escenografía. Doña María Luisa Salcedo de Paz colaboró en este aspecto tan necesario para el buen éxito del espectáculo.
Si tenemos en cuenta que la danza es escultura que se mueve, color que se desprende, arquitectura que se esboza y ritmo que se corporiza, medimos lo difícil que es realizarla estéticamente. Requiere además del talento especial, la intuición y la técnica; una multitud de conocimientos que la completan.
Bien harían las autoridades en fomentar esta escuela de buen gusto que inicia Valentina Romanoff de Montenegro. Nos alegramos de tener en Bolivia una profesora de esta categoría. Ojalá el apoyo oficial y particular haga que no se pierda –como tan a menudo ocurre en nuestra tierra-impulso tan valioso para nuestra cultura artística.
Publicado en el Tomo II de Ensayo, Obra Completa de Yolanda Bedregal. Plural Editores. La Paz, mayo de 2009. P. 123-126.
(Nota) Mec. Escritos varios C1-29. Aunque el documento tiene una nota que dice: “Especial para La Razón”, en el archivo no consta esta publicación. La fecha debe ser, sin duda, posterior a 1948. Cfr. el anterior artículo sobre Valentina Romanoff en la pág. 117 de este Tomo.
|