EN EL ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DE LA PAZ
Honorable Alcalde, Oficiales Mayores, autoridades de la Comuna, Excelentísimos representantes de países hermanos o amigos, colegas de los institutos culturales, querido público:
Cumplimos hoy con el rito de recordar la Fundación de Nuestra Señora de La Paz, que hiciera Don Alonso de Mendoza “en el nombre de Dios y de la Santísima Trinidad…” sobre la marka aymara de Chuquiagu.
Un largo correr de historia heroica en esta tierra Colla, que participa por igual de la fuerza viril del Sol engendrador y de la fecunda feminidad de la Pachamama.
Un largo lapso de mito y de leyenda desde la milenaria cultura escalonada del horizontal, monolítico Tiawanaku, hasta el hoy zigzagueante de una civilización tambaleante en la encrucijada del destino.
Un largo caminar del hombre, a pie enjuto, con ojotas, con botas y espuelas y zapato moderno de material sintético…
Son 456 años de la ciudad que, en señal de concordia, fundaron los discordes españoles dándole el nombre de Nuestra Señora de La Paz.
Paradójico nombre. En ella no hubo otra paz que la de la resplandeciente Illimani que la custodia.
Tal vez, también sus entrañas se estremecen cuando a sus pies el pueblo ruge su desconcierto.
La Paz, ciudad de altura, anchuras y honduras metafísicas, contradictorias y enigmáticas.
Del hombre adusto como paja brava y corazón de ulala con espinas.
Bien quisiéramos sus hijos, hoy día, llenarla de dulzuras como a una madre en su cumpleaños. Decirle que está linda, sana y fuerte.
Pero a una madre no se engaña; y no nos cree. Sabe que está con grietas en la cara, con manchas y remiendos en la falda. Que decae su fama de hermosa y de valiente.
Sabe que estamos tristes y angustiados los paceños. Que no tenemos pan todos los días.
Que están sus hijos criollos en discordia, en continuo barullo en el Congreso, en las calles afrentadas de consignas políticas; que la hieren con gritos y altavoces pueriles.
Que se promete y no se cumple; que en largas filas todos esperamos, esperamos, hasta esperamos que llegue la esperanza…
Sabe Nuestra Señora de La Paz que estamos tristes y que las flores, danzas, músicas, banderas y medallas, exposiciones, dianas, verbenas, aceras, alcantarillas, pilas son regalos que le hace el Burgomaestre para tapar la pena, pero somos leales y aún nos queda la esperanza de que un día…
El Honorable Consejo de Cultura me encomendó traerle su saludo a la que fuera linda y es siempre bien amada Cuidad del Illimani.
Quiero hacerle olvidar sus amarguras y que Nuestra Señora de La Paz se ponga, por un rato, el manto que le dejaron sus feligreses arawicis, los poetas que llevaron sus preces en quenas y charangos, en liras y pututus, al tono de su época.
Porque son los poetas los que más auténtica y apasionadamente se enraízan en la vida y en el alma de su pueblo. Los que captan, escuchan, palpan, ven su figura y su espíritu. Sienten y expresan la visión.
Un poema, una obra de arte puede dar la visión de una época, de una raza; así como el fragmento de una cúpula puede sugerirnos la totalidad de una arquitectura.
Pero estoy divagando. En este divagar inscribiré versos, estrofas de lo que algunos, entre muchos poetas paceños, dedicaron a su tierra entrañable.
En el panorama poético de La Paz, tan rico en perspectivas y matices como el paisaje mismo hay cumbres que marcan rasgos típicos y hacen inconfundible esta región collavina del Tawantinsuyo (donde tuvieron sede y centro las más altas culturas de América).
El hombre del valle tibio y dulce, para cantar, busca el caramillo que tiene rumor de arroyo; el del trópico ajusta la cadera sensual de la guitarra que tiene resonancia de gorjeos.
Pero el hombre de altiplano, austero, recurre a la voz grave del pututo, la quena, la wankara para medir con ellas lo inconmensurable que sólo el viento de la puna expresa cabalmente.
Así, la voz y sus matices están acordes con el medio telúrico.
Si escuchamos este primitivo anónimo jarawi de amor aymara, notamos cómo sentir y ambiente están de acuerdo:
Como dos huérfanos errantes, caminaremos,
alimentándonos como las vicuñas con yerbas y raíces.
Escúchame, te suplico, en esta noche helada.
Cinturón de astros, con ojos de fuego miran tristes la pena de mi
corazón.
Algo cósmico une la mirada del astro con el corazón humano.
Aunque este no siempre sea del tono permanente, se repite en formas, temas y palabras menos a más elevadas.
El romántico Agustín Aspiazu, en su “Elegía a mi ciudad”, llama a La Paz:
…la Virgen India que duerme reclinada…
en esa eterna cuna de roca abrillantada
que el Illimani integran y el Huayna Potosí.
Y en este siglo, Lucio Diez de Medina la titula “Kantuta Heráldica”:
He aquí La Paz, que heráldica corona
la transfiguración de las montañas:
…
nieta de Tihuanacu, en sus entrañas
un Atlántico origen se blasona.
Al fondo el Illimani resplandece
… Y mientras la urbe milagrosa crece,
de pronto entre aletazos y vislumbres
semeja una kantuta gigantesca
florecida en el seno de las cumbres.
Publicado en el Tomo II de Ensayo, Obra Completa de Yolanda Bedregal. Plural Editores. La Paz, mayo de 2009. P. 319 - 321.
(Nota) Mec. Escritos varios C4-23. Texto incompleto en el original. Una nota manuscrita, al borde del texto dice: “a base de Poesía paceña, estaba haciendo esto para la Sesión de Honor del 84, habría que completar o desechar”. Asumimos se trata de un texto de 1984.
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