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Yolanda Bedregal
OBRA - ENSAYOS - ENSAYO II

JERUSALEM, JERUSALEM

Es deber y alegría para el corazón el loar lo que se ama, pero cuanto más cercano está el objeto de ese amor, la palabra es más reacia a expresarlo. Tal nos ocurre cuando quisiéramos decir algo cabal a la patria, a la madre.

Serame, pues, difícil saludar dignamente a Jerusalem, ciudad eterna y única, símbolo de permanencia de los más altos valores del espíritu del hombre: símbolo de fe, fidelidad, esperanza, amor a la justicia, a la belleza, voluntad de vivir y de servir.

Ante mi incapacidad de expresar mi devoción a Jerusalem, recurro a las fuentes que la vieron nacer como “ombligo del mundo” y la vieron caminar en la gloria y vicisitudes de la historia desde que su nombre se identificara como Sión y los que sucesivamente tuvo, a veces con hiperbólicos calificativos.

El rey poeta, en sus Salmos, aclama a Jerusalem al son del salterio y el pandero:

XLVIII
Alégrese el monte de Sión y salten de placer las hijas de Judá
…examinadlo por todos lados y contad sus torres
…considerad su fortaleza y notad bien sus casas para poder contarlo
a la generación venidera
Porque aquí está Dios…
¡Oh, Sión, monte de Dios, monte fértil, monte cuajado, monte fecundo!
Aquí Dios se complació en fijar su morada
Por respeto a Jerusalem, ofrécenle en su templo dones los reyes.

LXXXVI
Sobre los santos montes de Jerusalem fundada
gloriosas cosas se han dicho de ti, Ciudad de Dios

CII
Los hijos de tus siervos habitarán tranquilos en Jerusalem
y su descendencia quedará arraigada por los siglos de los siglos.

CXV
Cumpliré mis votos al Señor a vista de todo el pueblo
… en medio de ti, Oh Jerusalem.

CXX
De Jerusalem ha de venir todo socorro.

CXXL
Gran contento tuve cuando se me dijo: iremos a la casa del Señor. En
tus atrios descansaran nuestros pies, oh, Jerusalem
… cuyas partes están en perfecta y mutua unión.
Allí se establecerán los tribunales para ejercer la justicia, el trono para
la casa de David.
Pedid a Dios los bienes de la paz para Jerusalem y decid: Vivan en
abundancia los que te aman, ¡Oh, Ciudad santa!

CXXIV
Nunca jamás será derrotado el morador de Jerusalem. Circundada
está de sus montes y el Señor es el antimuro de su pueblo desde ahora
y para siempre.

CXXVI
… en las márgenes del río Babilonio nos sentábamos y nos poníamos
a llorar acordándonos de ti, oh Sión.
Allí colgábamos de los sauces nuestros músicos instrumentos
… Los que nos habían arrebatado de nuestra patria nos decían:
Cantadnos
algún himno de los que cantabais en Sión.
¿Cómo hemos de cantar los cánticos en tierra extraña?

¡Ah! Si me olvidare de ti, Jerusalem, seca quede mi diestra; pegada a
mi paladar la lengua mía. Si no me acordare de ti; si no me propusiera
a Jerusalem como primer objeto de mi alegría.

CXLVII
Alaba al Señor, ¡Oh Jerusalem…! porque Él ha asegurado con fuertes
cerrojos tus puertas; ha llenado de bendición a los que moran dentro
de ti
Ha establecido la paz en tu territorio y te alimenta de la flor de harina…
No ha hecho otro tanto con las demás naciones; ni les ha manifestado
a ellas sus preceptos o juicios. ¡Aleluya!

Seguirán más alabanzas, pero ante la ciudad destruida, vendrán los Truenos o Lamentaciones del Profeta Jeremías:

Cómo ha quedado solitaria la señora de las naciones. Como viuda inconsolable
llora toda la noche, las lagrimas corren por sus mejillas…
Sepultadas quedaron sus puertas entre las ruinas… En profundo silencio
los ancianos … tienen cubiertas de ceniza sus cabezas; vistiéronse de cilicio
… abatida hasta la tierra tienen su cabeza las vírgenes de Jerusalem.

Pero está siempre viva la confianza y, en la profecía de Baruc, es la misma la que reconforta diciendo:

Me desnudé del manto de paz y regocijo, y me vestí del traje de rogativa
y clamaré al Altísimo todos los días de mi vida. Tened buen
ánimo. Hijos míos … el Señor os volverá a mí otra vez con gozo y
alegría duradera.

Y el profeta la consuela:

Ten buen ánimo, oh, Jerusalem, pues te consuela aquel que te dio en
nombre de ciudad suya … porque he aquí que vuelven tus hijos …
congregados desde el Oriente hasta el Occidente.
¡Alabad a Dios con Alegría!
Quítate el vestido de luto y vístete de esplendor y gloria perdurable
… porque tu nombre siempre será este: la paz de la justicia y la gloria
de la piedad.

Y el profeta Miqueas predice la gloria de Israel:

En los últimos tiempos la casa del Señor estará sobre la cima de los
montes y se levantará sobre los collados y correrán allí gran número
de pueblos … irán muchas naciones puesto que la ley saldrá de Sión y
de Jerusalém la palabra del Señor.

… Y el Señor juzgará a muchos pueblos y corregirá a naciones poderosas,
hasta las más remotas, las cuales convertirán sus espadas en rejas
de arado y sus lanzas en azadones. Una nación no empuñara su espada
contra otra …

(Ojalá se cumplan estos anhelos milenarios en la ciudad en que moraron patriarcas, reyes, profetas y que fue asiento de romanos, bizantinos, árabes, cruzados cristianos, mamelucos, otomanos, británicos y a la que volvieron de todo el mundo los judíos, se asienten simbólicamente todos los países de la Tierra dispuestos a no empuñar la espada uno contra otro).

Es pues Jerusalem: “Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, perfecta hermosura, ciudad fiel, llena de justicia, ancianos y ancianas, muchachos y muchachas jugaran allí”.

El pueblo elegido amó a Jerusalem con su amor fiel como la novia bien amada y loada por su belleza y sus virtudes, y en quien se pone fe para que de ella surja la generación de paz, de justicia, de trabajo, rodeada de naciones donde “cada uno descansará debajo de su parral y debajo de su higuera sin tener temor de nadie”.

Ella fue objeto de los más nobles anhelos humanos, objeto también de privilegios en la ley civil urbana; no podía ser dividida entre las tribus, “no se podía alquilar casas a peregrinos; debía brindárseles alojamiento gratuito”, no podía ser castigada por los pecados de sus habitantes; se eliminaba de la ciudad toda impureza, no se podía amontonar desperdicios que podían producir insectos, ni criar pollos; se prohibía dejar cadáveres en Jerusalem, los cementerios estaban permitidos fuera de las murallas y así, otros mimos y consideraciones con que las leyes la protegían para mantener su belleza y santidad de la que representa la Amada en el Cantar de los Cantares.

Jerusalem es símbolo de paz prometida en el Libro de los Libros, con toda la verdad de su poesía. Aleluya, Shalom JERUSALEM ahora y siempre.

Publicado en el Tomo II de Ensayo, Obra Completa de Yolanda Bedregal. Plural Editores. La Paz, mayo de 2009. P. 401-404.

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