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Yolanda Bedregal
OBRA - OBRA COMPLETA

CÓMO SURGIÓ ESTA EDICIÓN
AGRADECIMIENTOS
Rosángela Conitzer de Echazú

Un proceso de más de cuatro años está detrás de la publicación y entrega de la obra completa de Yolanda Bedregal. Desde su muerte, el año 1999, flota como en sueños la idea de editar las “huellas de su larga andanza en el papel”.

Permítaseme hacer un recuento de lo que significó editar estos libros. Soy consciente de que no es usual incluir un testimonio de gratitud de este tipo en obras como la presente, mas no quiero limitarme a los fríos créditos impresos para hacer un reconocimiento a todos los que, desde diferentes tareas, han sido artífices de este emprendimiento.

Yolanda Bedregal transgredió esquemas establecidos y, ¿por qué no habría de salir de los cánones tradicionales la edición de su Obra Completa? Me tomo, pues, la licencia de esta introducción y de haber incluido más fotografías de lo acostumbrado, como un homenaje de amor, respeto o admiración que a mi madre le hubiera gustado hacer a seres que estuvieron cerca de su vida, y de los que aprendió, a decir de ella: “de mi padre, tan triste en el fondo, la alegría de darse y dar con justicia y comprensión; de mi madre, la fuerza de la debilidad
activa; de mi abuela, la rebeldía paciente en la desgracia; de mi bisabuela paralítica, el poder de la impotencia; de mis nobles ayas aymaras, la fidelidad y el amor a mi raza; de los chicos, en su encrucijada vacilante, aprendí que estamos en un juego sagrado, serio y peligroso con Dios, con el diablo y con el prójimo”. Es homenaje no sólo a su familia íntima, sino a sus entrañables amigos cuyas fotografías conservó devotamente. Entre las imágenes están esculturas de Yolanda Bedregal que no sólo la muestran en una distinta faceta artística de su vida, sino que son también testimonio de su anhelo de perpetuar
en arcilla presencias que el tiempo borra.

He elegido también algunas fotografías que reflejan vida y costumbres de La Paz del siglo XX tan lleno de acontecimientos vertebrales para nuestra historia.

Cuando el Estado boliviano instituyó, en memoria de mi madre, el Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal” y Plural editores ofreció editar las obras premiadas, José Antonio Quiroga comenzó a preguntarme, siempre que nos encontrábamos, cuándo publicaríamos las obras de Yolanda Bedregal. Era la pregunta recurrente a un sueño igualmente recurrente. Gracias a José Antonio, amigo y editor, por haber avivado constantemente la chispa de la inquietud hasta encender esa llama que alumbra la obra de la escritora y la mujer. Gracias también por el entusiasmo y la dedicación que puso en que los libros que se entregan a diez años de la muerte de Yolanda Bedregal salgan a la luz hermosos, engendrados y gestados, no sólo gracias a todas las virtudes que les otorgan los avances tecnológicos, sino al amor y la devoción que todos pusimos en ellos.

Las constelaciones se dan sin saber por qué, y es que creo en la buena estrella; de pronto llegó de Estados Unidos Leonardo García Pabón y me habló de la importancia de la obra de mi madre y de la necesidad de editar lo ya publicado, lo disperso y lo inédito. No era el amigo; era el profesor, el académico que aceptó hacerse cargo de la edición general. Pienso ahora cuán interesante habría sido hacer una bitácora de este recorrido desde las primeras conversaciones con Leonardo hasta el lanzamiento de los libros. Charlas primero informales, luego, pluma en mano, para ir concretando ideas, ejecutando pequeños avances; pensar en nombres para editores, ¿quién se ocuparía de estudiar lo escrito en poesía, narrativa, ensayo? No creo que todo lo escrito por mi madre sea escritura de mujer; al contrario, ella misma escribe intencionalmente como autor varón; sin embargo sólo una mujer puede escribir “en cada luna nueva mi alma inventa una canción de cuna inútilmente”, de manera que acepté de muy buen grado la propuesta de Leonardo, de que sean tres mujeres las que escudriñen en el alma de mi madre; las tres, de la mano de Leonardo, cuya sensibilidad está más allá de cualquier género. En estos más de cuatro años, Leonardo, el profesor García Pabón, ha estado presente en mi quehacer diario, alentándome, mostrándome que es posible salir de cualquier maraña si se tiene la humildad de confiar en que siempre aparece alguien que es capaz de realizar lo que nos parece imposible, contestando sin demora cualquier consulta por nimia que fuera, dando su tiempo, capacidad y saber para que todos los que estamos involucrados en el emprendimiento de la obra completa de Yolanda Bedregal sintamos que encaja perfectamente en este complejo mosaico la pieza que nos toca labrar, tallar, colorear, buscar, encontrar o simplemente pegar. Agradezco a mi madre, pues a través de ella conocí a Leonardo García Pabón, que aportó tanto para que yo enriqueciera mi vida.

Y empezó la ímproba tarea de reunir el material.

Cuando mi esposo y yo vivíamos en Quito, mi madre nos visitó unos meses y trajo consigo material inédito que corregía, corregía y volvía a corregir. Ordenó algunos trabajos poniendo incluso papelitos de referencia. Surgieron nuevos textos que modificaban lo escrito hacía años, a veces décadas. Corrigió y juntas copiamos varias versiones del Libro de Juanito. Logramos una versión final de Convocatorias, que fue publicada, y una selección de poesía y narrativa sobre la base de los libros que yo siempre llevaba conmigo; así salió a la luz Escrito. Este material y los libros publicados desde el año 1936 eran lo que teníamos para una labor relativamente fácil. Pero ¿y todo lo otro? Una decena de álbumes de recortes, en los que mi padre colaba con amor y engrudo todo lo que se publicaba en diarios, revistas, volantes, copiaba y pegaba cartas que le parecían importantes; lo escrito por mi madre y lo que se dijera sobre ella. En la casa de la calle Goitia, baúles llenos de papeles, documentos, recibos, cartas oficiales, de amor, poemas, versiones antiguas, más recortes de periódicos, al punto de que Leonardo, Juan y yo tuvimos que deschapar un ropero en busca de los originales de la novela La casa y sus entrañas, que encontramos trunca. En la biblioteca estaban las versiones hechas a mano por mi madre de los libros dedicados a sus padres con conmovedoras dedicatorias; entre ellos el primer Naufragio, que fue colocado bajo la almohada de su padre como regalo de cumpleaños y que él hiciera imprimir mientras la hija estudiaba en Nueva York. En los anaqueles estaban también archivadores con la obra traducida al alemán por Gert Conitzer. ¿Para publicarla un día? Posiblemente, pero también para que lo escrito por su amada se tras-ponga a su lengua de niño y pase al torrente de su sangre. Estaba también el testimonio de amor de Gert Conitzer; los cuadernos con su hermosa letra en los que copiaba temprano de mañana lo que, al lado de ceniceros llenos de colillas, encontraba escrito en papelitos cualquiera, envolturas de cigarrillos o las carillas a máquina que mamá había estado escribiendo hasta la madrugada. Debería, en rigor, haber empezado este texto agradeciendo a mi padre por su devoción, su amor, su dedicación a Yolanda Bedregal. Sin su estímulo, comprensión, admiración, se habría perdido la mayor parte de lo escrito por ella.

Nos encontramos frente a una vida de papeles. ¿Cómo ordenar, separar? ¿Por dónde empezar? ¿Quién tendría el tiempo y el conocimiento para hacerlo? ¿A quién confiar la vida de mi madre? Lilian Darwin era la persona indicada. Con el rigor adquirido en su formación académica en Estados Unidos, revisó y clasificó todo el material que parecía surgir como por arte de magia. Separó en cajas, puso notas, juntó las varias versiones del mismo texto, escribió en post its comentarios y recomendaciones para las editoras. Cuando se fue de Bolivia teníamos un archivo listo para empezar con el trabajo. El nombre de Lilian no figura en los créditos de la obra completa de Yolanda Bedregal, pero sin su aporte habría sido imposible la edición que se entrega a lectores e investigadores de la literatura. Gracias a Lilian por su invalorable ayuda y por la forma fina, respetuosa y cariñosa con que se acercó a la obra de mi madre.

El otro arduo trabajo riguroso, permanente e ineludible fue el de Mariana Vargas. Ella estuvo encargada de digitalizar todo el material que debía entregarse a las editoras; lo que estaba impreso en libros, revistas y periódicos y lo escrito a máquina o a mano. Mariana pasó horas sentada delante de las fotocopiadoras, copiando originales, páginas de álbumes que había que volver a insertar, transcribiendo textos, sacando fotos a esculturas, escaneando papeles e imágenes y un largo etcétera. Además, Mariana se ocupó de buscar algunos escritos que no estaban en poder de la familia pero de los que teníamos referencia; largas permanencias en la Biblioteca del Senado revisando hasta conseguir copias de los cincuenta y dos artículos de Historia del arte para niños, publicados el año 1947. Mariana, como asistente de edición, fue quien entregó todo el material a las editoras y resolvió los problemas menudos que aparecen constantemente. Agradezco a Mariana, pequeña cómplice en esta bella pero dura tarea, su colaboración, su compromiso y el cariño que puso en cada uno de los pasos de este lento y largo camino.

Siguió un periodo relativamente tranquilo para todos menos para las editoras. Mónica Velásquez, poeta ella misma, con rigor académico y minuciosidad, analizó la obra poética, cotejó no sólo los textos, sino también las diferentes ediciones de los libros, revisó lo impreso y lo inédito, diarios, cuadernos y cuanto poema iba apareciendo, tuvo el trabajo de descifrar los manuscritos de Yolanda Bedregal en los que el tiempo y el trajín habían dejado huellas, propuso el orden que registran los dos tomos que contienen la poesía escrita por Yolanda Bedregal.

Ana Rebeca Prada revisó lo escrito en el género de narrativa y, desde luego, la novela Bajo el oscuro sol en las diferentes ediciones. La mayoría de los cuentos y relatos estaban dispersos en periódicos y revistas. Yolanda Bedregal corregía aun lo ya impreso, de manera que siempre había el conflicto de encontrar una versión final. Ana Rebeca tuvo la capacidad e intuición de incluir la más acertada. Le tocó analizar novelas cortas no publicadas, la novela trunca La casa y sus entrañas y recorrer, de la mano de Yolanda Bedregal, la cambiante ciudad y sociedad paceña.

Tanto Mónica como Ana Rebeca pusieron su capacidad, compromiso y profesionalidad en lo que les tocaba, paralelamente a su recargado trabajo docente en la Universidad.

Un trabajo muy difícil, moroso y delicado le tocó a Virginia Aillón. El tomo que, en principio, creíamos que reuniría los ensayos, resultaron dos gruesos volúmenes. Nada de lo existente había sido publicado en libro. El material lo constituían artículos de prensa, muchas veces poco legibles, discursos guardados en legajos distintos, varias versiones del mismo texto, correcciones que no registraban fecha, de manera que, sólo gracias a su buen juicio, pudo lograrse una versión final. Se descartó escritos por criterios de distinta índole.
Virginia tuvo que aplicar criterios de selección, que una vez establecidos, parecen obvios; pero, en verdad, existe una innumerable posibilidad de agrupar los escritos de otra manera. Supongo además que la empatía de Virginia Aillón con la obra de Yolanda Bedregal le supuso aun otras dificultades para aplicar criterios literarios.

Las tres mujeres, profesionales, sensibles y amigas, escribieron los ensayos introductorios a cada uno de lo géneros. Gracias a ellas por su invalorable labor.

Elena Carvajal fue en Plural editores la encargada de diagramar los textos elaborados por las tres editoras. Una vez listos, me entregaron los cinco tomos impresos para la revisión. Este trabajo me tomó mucho tiempo, puse el mayor empeño, pero después de pasar las correcciones al documento con Elena, descubrí otros errores que se nos habían escapado. ¡Inevitable! Álvaro Cuéllar y Wilfredo Apaza hicieron nueva revisión con ojo profesional y conocimiento cabal. ¡Gracias a los dos! Otra vez Elena, y yo a su lado, revisando hoja por hoja, tratando de que no se pase ningún error, se movían los números de página, variaban las notas de referencia, todo este trasfondo que no tenemos presente cuando disfrutamos de un libro. Agradezco a Elena por su dedicación, entrega y su paciencia.

Quiero agradecer a mi hermano Juan por la fe que pone en todo lo que hago yo y su confianza en que seré fiel a la obra y la vida de nuestra madre.

Gracias a mis hijas, Alejandra y Natalia Echazú Conitzer por no permitirme perder la calma, no ceder al cansancio ni al desánimo; por alentarme constantemente y darme fuerzas en esta misión que considero medular en mi vida. Por alegrarse de que nuestro patrimonio se destine a dejar en papel la obra de su abuela a quien dieron las más grandes alegrías “cuando tiemblan las hojas en otoño dorado y parecen un lamento contenido y cercano”. Gracias a mi esposo, Rafael Echazú, por su apoyo incondicional, su entusiasmo y su fe en el valor de cuanto pretendo realizar.

Gracias a Yolanda Bedregal, mi madre, que abrió insospechados campos que alimentan el espíritu, campos de amor, de paz, de esperanza, de fe en la humanidad. Gracias por la vida, el amor, por su ejemplo, entrega y su permanente presencia en mi existencia.