Es
para mí muy difícil evocar a mi madre y contener las lágrimas,
voy a intentarlo y ojalá lo logre. Tampoco quiero ser sólo yo
la que se refiera a ella, sino más bien dejar que sea ella quien nos
guíe por su vida y su obra. Muchas veces se comete el error de presentar
a personas que sobresalen en cualquier campo, refiriéndose solamente
lo tangible producido por ella y a sus “logros”, olvidándonos
de que es imposible separar la obra de la vida. Lo deseable y humanamente digno
es que exista una unidad en la producción y la vida cotidiana de quienes
se han ganado la admiración y el reconocimiento de su pueblo.
Yolanda Bedregal fue, además de escritora, representante de la intelectualidad
boliviana en el país y el exterior, promotora de la cultura en su ciudad,
pocos la conocen como escultora y unos más que además como mujer,
paceña, esposa, madre.
Quienes tuvimos el privilegio de convivir, trabajar, compartir con ella, bien
sabemos que jamás se envaneció con distinciones, premios y homenajes:
por el contrario, fue siempre modesta, sencilla, cálida y tierna. Dice
ella en el discurso de agradecimiento cuando la Fundación Manuel Vicente
Ballivián le entrega la medalla que lleva el nombre de este ilustre paceño:
"Estoy serena. Seguí un dictado de lo Alto. Lo escribí con
mala letra y sin ortografía, en papel sábana con tosco carboncillo.
Pero lo hice con la humildad del mendigo entre la riqueza de los grandes.
Me ayudó la Providencia, el ejemplo de mis mayores y de mis maestros,
me ayudó el paisaje, los amigos y toda criatura del Señor. No
hubo mérito mío sino perenne gratitud."
Entre la vida y la obra de Yolanda Bedregal hubo absoluta concordancia, su
vida era poesía y su poesía era vida. Cito lo que dije en una
homenaje en el que, como hija me tocó agradecer: "Esta es Yolanda
íntima, la mujer auténtica, ingenua, de limpio corazón
y mente clara. Me lo dice el amor pero me lo dice también mi experiencia
objetiva. Porque nunca hallé resquicio entre su ser, su calidad humana
y su poesía. Porque en ella nunca cupo la mentira, ni la pose ni la vanidad."
Rosángela Cónitzer
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