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Yolanda Bedregal
BIOGRAFIA - CONFIDENCIA FRATERNAL

Mi agradecimiento será en breve evocación de mi vida - no diferente a la de cualquier mujer que hace las tareas rutinarias domésticas (esas que, hechas, nadie ve pero si no, todos reclaman)- Igual también a la de cualquier ciudadano que trata de cumplir sus deberes, lo cual es obligación y no mérito alguno. Eso sí, cuanto hacer tuviere, yo lo hice con devoción.

Confieso las convicciones que apoyaron mi existencia: Creo en Dios, que no alcanzo a comprender, pero que amo.
Tengo fe en el hombre formado de espíritu y polvo.

Creo que hay equilibrio entre los platillos que pesan el Bien y el Mal en éste y el otro mundo.

Considero justa y necesaria la Acción de Gracias al Hacedor de vida y muerta; de la Naturaleza pródiga en belleza y sustento material. Gracias por lo que se nos da, por los anhelos cumplidos o no alcanzados, por lo que se nos niega o quita.

Tengo la ingenuidad de pensar bien y equivocarme y no la seguridad de acertar pensando mal.

Me arrepiento más de las omisiones en que incurrí que de las acciones que cometí.

Bendigo a todos y todo lo que me ayudó a vivir.

Confesión obliga a examen de propia conciencia y paciencia tolerante a quien escucha...

¿Cuál mi vida fue?

Regreso a los primeros recuerdos de mi infancia, presente todavía en mi viejo corazón.
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Mi padre, sabia bondad, en el escritorio, entre sus libros y nuestros lápices de color; mi madre, menuda y ágil, repartidas sus manos entre pan y ternura, el bastidor, el piano, las jaulas de canarios, su telar en el cuarto de costura.

La abuela esbelta, pálida, frente al infaltable café yungueño y su cigarrillo Capricho, tejiendo para nuestras muñecas o encarrujando flores de trapo para el templo. La bisabuela, matrona austera de dulce pero varonil carácter, en su silla de ruedas, a lado la cuna de la guagua recién nacida en el clan; el tío intelectual copiando legajos genealógicos sobre el tablero tan alto del pupitre que no alcanzábamos. Llegaban tíos jocundos, tarambanas que nos regalaban medios y reales para chinchiví; otros pálidos y fúnebres que nos atemorizaban con el bastón; tías parlanchinas, preguntonas; beatas de mantón de la Tercera Orden; primos pendencieros que nos hurtaban bolitas de tijchar, caballos de cañahueca; asomaban parientes y visitantes insólitos. Mundo rico y misterioso como el sueño en que se mezclan realidad y fantasía.

Y, ¡curioso! esa casa que ya no existe sigue siendo telón de fondo y decorado en la mayoría de lo que sueño (¿hasta qué punto será la infancia el cimiento de la vida?).

De aquellos seres y cosas que acompañaron mi niñez aprendí, sin yo notarlo, lo que quizá vale más en mi existencia. De mi padre, tan triste en el fondo, la alegría de darse y dar con justicia y comprensión; de mi madre, la fuerza de la debilidad activa; de mi abuela la rebeldía paciente en la desgracia; de mi bisabuela paralítica el poder de la impotencia; de mis nobles ayas aymaras, la fidelidad y el amor a mi raza; de los chicos, en su encrucijada vacilante, aprendí que estamos en un juego sagrado, serio y peligroso con Dios, con el diablo y con el prójimo.

No debí decir aprendí. Solo se sabe de veras lo que sabe de memoria el corazón y, olvidado lo sabido, se manifiesta en la conducta del diario obrar de cada cual.

Les conté de esos lejanos días en que también empezó la escuela. Fui mimada en las aulas por ingenua, callada, tímida, sonrosada; no por dote intelectual ¡Cuánto me costó aprender a leer y a escribir letras y números! Mis ocho eran globitos unidos por un hilo, mi dos no podía doblar la cabeza; en lugar de las "nubes suben y bajas en danza continua" yo cantaba suben y bajan en blanca cortina; y así mi retraso mental. Sólo servía para, ruborizada, repetir versitos aprendidos. Los que yo desde entonces me inventaba, no los sabía escribir.

Más grande - milagro, buena memoria mía o buena voluntad de los profesores- sacaba excelentes notas; hasta fui campeona en atletismo ! Claro que el concurso incluía otras materias. ¿Será por eso que siempre me sorprenden los premios?
Después, entre álgebra y filosofía, química y literatura, asomó el amor. Ese primero que no se atreve al beso. Desde entonces no hubo etapa de mi vida en que no estuviera enamorada de alguien o de algo.

Piano, Violín, Bellas Artes, Ballet, Aymara, Folklore (creo que fui de las primeras en usar traje de bayeta, chuspas, tullmas en las trenzas).

Anhelé sucesivamente ser equilibrista, malabarista de circo, monja, bailarina, profesora titulada en la normal, escultora..... No fui ninguna pero el deseo no murió. Si no bajo la carpa del circo, me equilibré sin trampas bajo el cielo abierto de La Paz y de otros cielos transitorios. Sin hábito ni toca monjil (pena que ya no se usen) rezo siempre el Padrenuestro y el Ave María. Fui bailarina en Amerindia y en las actuaciones de Don Antonio González B. En cuanto a profesora, enseñé sin pausa desde que yo misma era alumna hasta hoy, en escuelas, colegios, academias, conservatorio, universidad, clases particulares en casa o fuera. Sigo modelando arcilla de vez en cuando y escribiendo cada día, por lo menos cartas; sigo haciendo lo que vi hacer a mi madre en el hogar.

Así anduve buscándome, encontrando y perdiéndome entre mis rebeldías y sumisiones, entre mis aficiones, dudas, mi cristianismo mestizo y las filosofías orientales.

En medio de tantas estaciones de color, hallé el amor. Y lo perdí. Gocé y sufrí.

Y así fue creciendo mi capacidad de amar hasta la definitiva entrega. El destino -valiéndose de la amistad, la música, los poemas - acercó a mi vida a un exiliado judío-alemán que completó mi espíritu, mi sangre y la obra que desde entonces realizamos juntos. ¡Gert! El está conmigo y con ustedes. El premio que hoy me dan, él lo merece.....

Henchida en alma y cuerpo pasó por nosotros el ángel de la Anunciación. En la mariposa de mis huesos el vivo tulipán de una cabeza, sacó de nuevo el molde al universo que se va prolongando y puso resplandor en la cruz de mis brazos.
Pasó también la Muerte y se llevó seres amados. Hubo júbilo y dolores, ausencias, presencias permanentes en mi vida testimoniada en las hojas de mis libros.

Vino por fin un día el querubín -juguete de mi Ángel de la Guarda- trayendo un cantarito entre los pliegues de su túnica azul vertió una gota de Poesía y rescató el sentido prístino de las cosas simples. Hizo reverdecer los árboles, mandó volar pájaros vivientes de los huevos pintados de Pascua y con agua de acequia lavó penas, angustias y deseos.

Estoy serena. Seguí un dictado de lo Alto. Lo escribí con mala letra y sin ortografía, en papel sábana con tosco carboncillo. Pero lo hice con la humildad del mendigo entre la riqueza de los grandes.

Me ayudó la Providencia, el ejemplo de mis mayores y de mis maestros, me ayudó el paisaje, los amigos y toda criatura del Señor. No hubo mérito mío sino perenne gratitud.

Que esta medalla sea absolución a mis errores y aliento a mi buena voluntad y solidaridad con todos los que trabajan para hacer habitable y feliz esta Tierra y para que haya paz y pan en el mundo.

* Parte final de las palabras pronunciadas al recibir el Premio de Cultura de la Fundación Manuel Vicente Ballivián.