Volver Principal
Yolanda Bedregal
BIOGRAFIA - ARTISTA Y MADRE

MAMÁ COMO EL MEJOR TÍTULO DEL MUNDO

Rosángela Conitzer de Echazú

Soy reverente admiradora de mi madre como persona humana y como artista. Incapaz de sustraerme a la subjetividad de un juicio, dejaré de lado su creación literaria para poner una pincelada íntima; unos pocos trazos que den al lector la idea de Yolanda mujer y madre.

Cuando yo era niña, ella era ya YOLANDA DE BOLIVIA; mi padre, Gert Conitzer, su primer y devoto admirador y colaborador, a su vez escritor, jurista, en actividades diplomáticas, docentes, oficiales, sociales, era también persona importante. La posición privilegiada de ambos no fue nunca motivo de vanidad ni de ventajas materiales. En casa ellos eran llanamente papá y mamá como el mejor título del mundo.

En la vida íntima, hogareña, papá nos leía cuentos, enseñaba idiomas, tocaba piano con nosotros –mi hermano Juan Gert y yo – o, cuando nos llevaba al circo, aprovechaba cada estímulo para enseñarnos a mirar, a ver; hacía observaciones a nuestro alcance cuando nos compraba globos, “nubes” de azúcar o lápices de color.

Mamá, la recuerdo con su mandil de tulipanes, igual al mío, sus hábiles manos creadoras peinando mis cabellos con rulos y cintas, cosiendo primores, cocinando delicias, curando mis muñecas rotas. La veo junto a mi hermano, tendida de bruces, sus trenzas negras tocando el suelo, armando rieles, encarrilando vagones de los trencitos Märklin, marcando estaciones y rutas que iban dibujando ya los caminos para el alma artística y mágica de Juanito. Otras veces, los dos, encumbraban voladores de papel de seda, jugaban a la fiesta de colores y sonidos con bolitas de cristal, hacían bailar el trompo cantarín.

Cuando llovía, los tres, pegados a los cristales de la ventana sobre el jardín, seguíamos con los dedos el resbalar de gotas: ahí el tacto y el contacto con la Naturaleza. Por las noches en el patio, dábamos nombres a la luna, la invitábamos a seguirnos o detenerse con nosotros; ya adivinábamos la maravilla de los astros y la unidad del Todo.
En fin, creo que no hubo circunstancia ni momento en que mi madre no compartiera el asombro, la alegría, la pena infantil. La escuela, los desfiles, las fiestas, los acontecimientos tristes siempre amparados por su sombra inadvertida y luminosa.

Mamá inventora y camarada de los juegos más lindos y diversos que darían sentido a los hechos serios de la existencia.
Mientras tanto ella atendía la casa, enseñaba en la Universidad, en la Academia de Bellas Artes, escribía artículos semanales para la prensa, daba conferencias, traducía, dirigía instituciones, publicaba libros, asistía a Congresos Internacionales. Pero su vida profesional ni sus actividades interfirieron ni alteraron la del hogar; más bien la enriquecieron.

Conforme crecía me di cuenta de que en cada palabra, en cada gesto o actitud dejaba ella caer la gotita pródiga de su innata sabiduría poética y humana. Fue guía sutil en el alba y la mañana. Luego su conducta de hija, esposa, hermana, amiga fue tácito ejemplo para toda la vida.

A lo largo de los hechos y las circunstancias comprobé también su fortaleza frente a los problemas y desafíos que trae la existencia en la familia, en la comunidad humana, siempre solidaria, generosa con el prójimo en todo respecto; leal a sus principios; comprensiva y tolerante con los ajenos pero, en medio de su dulzura, firme para defender la libertad, los derechos humanos, la justicia: nunca se negó a protestar, firmar, alegrar por ellos valientemente.

Acuciosa, aprendiendo, leyendo, gozando con todos los sentidos, trabajadora, siempre activa, ecológica, mimando siempre como sólo ella sabía hacerlo, agradeciendo en cada momento a Dios y a la vida llega al otoño en que como dice: “Señor cuando oscurezca, te necesito tanto….”

Mi madre, mi mejor amiga, es intuitiva, callada: sobria lindando con el ascetismo sin afeites ni joyas: así se desliza digna y silenciosa entre la gente, captando lo mejor de cada uno y percibiendo los mensajes ocultos y el alma de las cosas inanimadas..

Mamá, a quien a nuestros doce años pasamos en estatura, con sus escasos 40 kilos, es hoy en su juventud otoñal la misma tierna y vital, la siempre niña, la siempre poeta. Digo, como decíamos de mi abuelita Carmen, que si esa pequeña gran mujer se empinara sobre su corazón, podría tocar la orla de la túnica del Señor....

Esta es Yolanda íntima, la mujer auténtica, ingenua, de limpio corazón y mente clara. Me lo dice el amor; pero me lo dice también mi experiencia objetiva. Porque nunca hallé resquicio entre su ser, su calidad humana y su poesía. Porque en ella no cabe la mentira, ni pose ni vanidad.

Ella abrió para mí, y creo que para muchos seres, campos insospechados que siguen fructeciendo en el espíritu, campos de amor, de paz, de esperanza, de fe en la humanidad.

He querido dar la pincelada íntima de la mujer que guió y acompaña mi vida; para mí un ser extraordinario que no desmiente el postulado que trató siempre de sugerirnos, de que cada uno de nosotros en su propio quehacer, en un humilde ayudante de Dios sobre la tierra.

Palabras de agradecimiento de Rosángela Conitzer de Echazú cuando su madre fue proclamada Yolanda de América durante la VIII Feria Exposición Internacional de Buenos Aires “El libro del Autor al Lector” en marzo de 1982