PALABRAS A MI MADRE
Rosángela Conitzer de Echazú
Amable lector:
Fui siempre reverente admiradora de mi madre como persona humana y como artista. Incapaz de sustraerme a la subjetividad de un juicio, tenía la intención de dejar de lado su creación literaria para poner una pincelada íntima; unos pocos trazos que den al lector la idea de Yolanda mujer y madre.
Creí que me sería fácil escribir sobre alguien a quien conozco desde las entrañas, desde fuera, toda una vida y en todas las circunstancias, en la dicha y el gozo, en el dolor, en la angustia, en los momentos de decidir, en el silencio y en la palabra, en el gesto, la caricia, la intimidad y, sin embargo, me fue imposible. Me sentía como la niña de escuela que cuenta de su mamá en la redacción para el 27 de Mayo.
Me quedé en el primer párrafo: “Mi madre, mi mejor amiga, fue intuitiva, callada; sobria lindando con el ascetismo, sin afeites ni joyas; así se deslizó digna y silenciosa entre la gente, captando lo mejor de cada uno y percibiendo los mensajes ocultos y el alma de las cosas inanimadas…”.
Quería presentar una Yolanda íntima, la mujer auténtica, ingenua, de limpio corazón y mente clara; revelar lo que me dice el amor; pero también mi experiencia objetiva.
De pronto sentí que no era al público a quien quería entregar impresa y publicada la obra de la escritora Yolanda Bedregal, sino a ella, a mi madre. De ese sentimiento ha surgido esta carta. La transcribo porque quizá sean los recuerdos que guardo del hogar, de la vida cotidiana, casi la anécdota lo que más acerquen al lector a esa Yolanda a quien honro como hija y a cuya memoria dedico su propia obra.
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