ALMADÍA (1942)
NACIMIENTO
Último día del invierno y primero de la primavera.
Último día de la tibia tiniebla de la entraña
para entrar en la fría luz del mundo.
Yo estaría madura de la sombra, de la nada,
del amor; madura de la carne en que crecía.
Y asomó mi cabeza con un grito:
Flor de sangrante herida.
Cúspide lúcida del dolor más hondo.
¡Jubiloso momento de tragedia!
Mi madre habrá tendido sus ojos lacrimosa,
a la semilla de las cruces.
Nadie pensaba entonces qué relojes
de cuarzo o girasol la esperarían.
Al vórtice de esa hora, cuántos muertos
habrán resucitado en el vagido
que tenían la alcoba de luz verde.
Yo habría de cumplir cuántos designios,
tendría que repetir la máscara de algún antepasado,
quien sabe la ponzoña de su alma o su nobleza,
realizar sus venganzas, restañar sus fracasos.
Venir de la resaca de unos seres lejanos
que se amaron un día
y que se encadenaron con la vida.
Ser una argolla más de esa condena.
Saber que somos fruto de un punto de alegría,
y ese germen ¡Dios mío!
¿desde qué grietas sube, de qué cimas?
De la tibia tiniebla a la luz fría
Hendiendo vida y muerte
la frágil levadura su eternidad mordía.
|