ALMADÍA (1942)
AL HOMBRE SIN NOMBRE LA MUJER ETERNA
INTROITO
Me llegaré al altar del hombre
en ofrenda de huida y rebeldía.
Hombre de hoy y de siempre,
abre tu mano a recibirme
y levántame al cielo como una hostia
aunque soy sólo una lágrima.
Hombre nuevo y eterno escúchame.
Sobre tu pecho llamo y clamo.
Mi palabra golpea contra tus sienes
obsesionante, obsesionada.
Si la piedra del grito
te taladra la frente,
sangre de luz en la herida
bautizará por un instante
hombre frágil a la mujer eterna.
Eterna como el sueño fugaz.
Yo te miro sin ojos desde siempre.
Tú me llevas en ti desde que existes.
Si antes no lo sabías,
ahora ya no lo puedes olvidar.
He crecido en el mar
sobre una ola que se alargó
para volverse tallo.
En ese tallo de agua limpia
he subido a mirar a los ojos de Dios.
Ahora me inclina un hálito a tu mano
y estoy en ti como la mujer muerta
por la que todos los hombres han llorado.
Tú también has llorado
por tu hija, por tu madre,
por la mujer eterna de cuya muerte vives.
Ya no lo puedes olvidar.
Cuando tus ojos caminen en la sombra,
sentirás todavía por el cuerpo
una dulzura amarga y tibia:
Beso en las manos juntas
y una paloma en fuga.
Con mi cara de piedra
yo estoy en la otra orilla.
Exito para ti en este momento.
Y para mí no existo
porque soy más que eterna en cinco letras.
En el altar del Hombre fuerte como la Vida,
hombre de hierro y hielo,
metal. sangre y espíritu,
cae la ofrenda íntegra
de la mujer lejana.
Mujer de canto y llanto,
eterna y pasajera como el sueño.
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