NADIR (1950)
SALADA SAVIA
A mis hermanos Gonzalo, Jaime,
Álvaro, Ramiro
Padre mío, el invierno –espada de tu muerte–
sus varillas de hielo sobre mi pecho inclina.
Crujen las hojas secas en desolada sombra
al filo del minuto que te arrancó a la luz.
Ya no hablaremos nunca del verdeciente pino
aunque giren los meses hacia la primavera;
yo veré conmovida hundirse contra el cielo
la erguida copa oscura, y ya estarán tus ojos
perennemente mudos en el carbón azul.
Se esponjarán los días, descenderán las noches
hacia asoladas playas del Siempre y del Después,
mas la salada savia del amor está
herida al filo del minuto que te quitó de mí.
Contigo platicamos del trino y la gavilla,
del libro y el amigo, la reja y la parábola,
del agridulce zumo en el cristal humano.
Fraternales rondaban por tu voz de maestro
San Francisco de Asís, don Quijote y Jesús.
Padre mío, en las horas del hogar apacible
devanamos la lana del cotidiano afán;
y siempre tu sonrisa tendía el hilo de oro
que bendecía el agua y suavizaba el pan.
Presagio de ventura, flotaban nuestros nombres
con halo de alegría si los decías tú;
hoy me duele hasta el nombre
que tú ya no pronuncias,
y nos pesan las manos tendidas hacia ti.
Tus ojos amparaban la senda de mi verso.
Mi infancia en tus rodillas todavía mecía
la muñeca de trapo que el tiempo sepultó.
Ahora me llueven años por cada hora que faltas.
Nuestro pino ha llorado hasta su último espino.
Aúlla la madera de tu sillón vacío;
los platos en la mesa tienen sonido a roto;
y se empaña la atmósfera de girasol nocturno.
Esta salada savia del amor se hace niebla
al filo del minuto que te llevó a la luz.
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